El fin de la idea de
progreso y la postmodernidad1
Ana Ribeiro
1994
Las palabras, esas grandes etiquetas de las ideas, también pasan
por períodos de protagonismo, o de olvido; como no todas existieron
siempre, tienen su etapa de surgimiento, vedettismo y hasta sufren
lapsos de abuso y saturación.
Este artículo se propone hurgar en algunas palabras muy
connotadas en los últimos años, buscando el hilo que las conecta
entre sí y su contenido real. Contenido que es un poco el "aire
de nuestro tiempo", ya que vivimos inmersos en un mundo en el
que está en tela de juicio la idea de progreso, se dice que le ha
llegado la hora final a la modernidad; aún más, se presagia el
propio fin de la historia y se proclama el imperio de lo postmoderno,
desde la arquitectura al esteticismo que rige la vida social, pasando
por juventudes apáticas y renacimientos religiosos.
La idea de progreso
Nos acompaña desde hace dos mil años, por lo menos, razón por
la cual nos parece inherente al ser humano. Sin embargo, las visiones
más antiguas que los hombres tuvieron acerca de sí, del tiempo y
del devenir, fueron cíclicas y fatalistas. Cíclicas porque, al
compás de los ritmos de la naturaleza, la historia estaba sometida a
períodos de nacimiento, crecimiento, maduración, decadencia y
muerte. Fatalistas porque estas etapas se cumplían inexorablemente
para los hombres, las ciudades, los pueblos, los imperios. El hombre
no podía quebrar ese rumbo predeterminado y su libertad consistía
en, conociendo la historia, saber jugar lo mejor posible su rol. Ese
era el sentido del "pragmatismo" entre los griegos: la
historia enseña. Dentro de estos márgenes, la idea de los griegos
acerca de la naturaleza humana es optimista, en tanto es protagónica.
Estos "padres" de la Historia tenían una visión
espaciotemporal en la que el mundo no era mucho más ancho que el
Egeo y todo lo demás era "ajeno" (lo que ellos denominaban
"bárbaro"). En este sentido es proverbial la imagen de
Heródoto relatando con asombro los testimonios por él vistos acerca
del antiquísimo pasado de los egipcios. Un pater de la historia
calificado de "cuentista" por Aristóteles y hoy
reivindicado por su amplitud antropológica.
La Historia como disciplina se movía aún en el mundo de oralidad
que de la Grecia del siglo V era. El imperio de lo escrito aparecerá
con Tucídides, el académico, el "científico" amante de
la historia política. Pero también en él la impronta será la
misma: en las primeras páginas de su Historia de la Guerra del
Peloponeso señala que no pudo conocer los sucesos anteriores,
pero confiesa no creer "que fueran de importancia ni en cuanto a
las guerras ni en cuanto a los demás"2.
Los romanos, también en historiología como en arte, herederos de
los griegos, introducirían modificaciones importantes. Aunque no los
superen en apodexis (demostración y exposición) introducirán el
concepto de lo universal: lo universal es Roma y en cuanto tal es un
"todo". No era lo universal real, como quedará demostrado
de 1492 en adelante, pero el concepto de lo universal estaba en
ciernes. Será totalmente conformado con el advenimiento del
cristianismo, religión que corroe y fecunda, a la vez, el organismo
ya enfermo del Imperio Romano, trascendiéndolo y trascendiendo ella
misma como religión universal.
El cristianismo romperá la visión cíclica de la Antigüedad
(aunque sin eliminarla: Nietzsche, Spengler serán estelas
nostálgicas de esa estrella), concretará el universal teórico e
inaugurará la idea de progreso.
Lo hará a través de una larga génesis: Yahvé, dios de los
hebreos, comenzará a ampliar su esfera de acción y de poder cuando,
a través de los Profetas, anuncie al pueblo de Israel los castigos
que recibirían por sus pecados, especialmente por el de idolatría,
por medio de cautiverios y dominaciones que sufrirían a manos de los
pueblos vecinos. Lo que significaba que su mano divina controlaba
también a asirios, egipcios y babilonios. El Mesías anunciado
separará a la comunidad hebrea en dos grupos: los que aún siguen
esperándolo y aquellos que vieron en Jesús, hijo de José el
carpintero, al hijo de Dios. La pequeña secta dentro del "universal"
Imperio Romano comienza su expansión a través de la prédica de los
apóstoles. Su mensaje era universal: el Nuevo Testamento es una
Nueva Alianza entre todos los hombres de fe y Yahvé, ahora dios
único, todopoderoso, más piadoso que el del Viejo Testamento. Pero
también más distante, en el Viejo Testamento detuvo la mano de
Abraham cuando, en un acto de obediencia divina, iba a ejecutar a su
primogénito; también fue quien cerró las puertas del arca de Noé,
por citar dos ejemplos.
Primero perseguidos, luego admitidos, finalmente, religión oficial
del Imperio Romano, el cristianismo, religión universal, inicia una
larga historia de conjugación del poder temporal y del espiritual. Y
da a Occidente la matriz de su autoconcepción histórica. Ésta será
elaborada por San Agustín, obispo de Hipona (354-430) en momentos en
que el Imperio Romano de Occidente caía y Roma, la eterna, era
incendiada y saqueada por Alarico.
San Agustín plantea la historia como la realización de los
propósitos divinos, no de los humanos. El hombre es pecador y Dios,
piadosamente, le ofrecerá la redención. Esto, si bien mengua el
papel protagónico que los griegos daban a los hombres en la
historia, eleva a la Historia como disciplina a una nueva categoría:
las de única vía de conocimiento de la voluntad divina3.
Pero el principal cambio está en la concepción del tiempo, que
deja de ser cíclico para ir desde la Creación al Juicio Final. El
tiempo avanza en línea recta hasta un estadio final de realización
y plenitud. Es más oscuro el papel de los hombres, pero hay
optimismo en ese final luminoso. Es un optimismo fatalista: es
la convicción de un fatal, inexorable final-comienzo.
Porque en el fin de un pasado en secuencias (épocas: cada una de las
cuales es la realización de un objetivo divino específico), pero el
comienzo de un tiempo eterno a la diestra del Señor. Es la historia
como historia de la salvación, con dimensión ontológica.
La necesariedad es lo nuevo y es lo que liga a los propósitos
divinos, al tiempo y a los hombres, Para San Agustín "la
plenitud de la raza humana se encontraba ya en el primer hombre",
el Dios de San Agustín pone en movimiento, lanza al crecimiento
semillas porque "quiso hacer en el tiempo". "Esto
podría expresarse con una fórmula: el crecimiento finalista más el
inmodificable plan de la Providencia es igual a necesidad"4.
Pero de la mano de esta idea va la de conflicto: el desarrollo de lo
que está contenido en germen se hace mediante una pugna que es el
verdadero motor. Es la dialéctica heredada de los griegos y legada
luego a la modernidad. Directamente vinculada a dos ideas
concatenadas entre sí: la idea de necesaria destrucción con la de
redención: para llegar a la perfección es necesario pasar por un
período de destrucción, sufrimiento y muerte (idea que San Agustín
toma del Apocalipsis de San Juan). El utópico mundo a alcanzar debe
pagar el precio de un bautismo de fuego. La idea de la revolución
como partera del mundo nuevo, tan ligada a la historia contemporánea
desde la Revolución Francesa y reafirmada en la Revolución de
Octubre, es de raíz agustiniana: una forma distinta de redención.
En San Agustín y en su dicotómica Ciudad de Dios, además de la
ciudad peregrina de Abel y la terrenal de Caín, aparecen los
elementos esenciales de la idea occidental de progreso. O sea: la
humanidad como ente que engloba a todas las razas humanas; el avance
gradual y acumulativo de la humanidad a lo largo del tiempo; un marco
temporal único para todos los pueblos y civilizaciones, tiempo
unilineal dividido en fases y épocas; la fe en la necesidad que rige
los procesos históricos y la inevitabilidad de un futuro
predeterminado; la idea del conflicto como motor que mueve el proceso
histórico.
La Baja Edad Media aporta a esta concepción nuevos horizontes y
protagonismos. Los hombres, sin negar lo divino, ya que hay que
esperar al siglo XIX para "matar a Dios", comienzan a
secularizar la historia: cruzadas, nuevos y mágicos mundos que hacen
—desde entonces— más creíbles los relatos de aquel pionero de
los viajeros que fue Heródoto; una nueva economía que valoraba,
buscaba y paría riquezas, imponen la necesidad de una psicología
moderna del tiempo. El interés, los préstamos, los contratos,
exigían un tiempo diferente, a la escala del hombre con apetencias
terrenas. Un hombre diferente se abre paso, separándose gradualmente
del tiempo divino, al que conservará solo como marco global, pero
distante de su cotidianeidad.
El capital y los avances técnicos empujarán a las naves y a los
viajeros como Colón, hombre de dos mundos, que en su Capitulación
promete a la reina riquezas, la extensión del evangelio a las
tierras descubiertas y la reconquista de las Tierras Santas, viejo
ideal de Cruzada. Desde entonces, Europa avasalla la geografía
desconocida, la explora, la viola, la somete, la metamorfosea y muta
ella misma que, fundamentalmente, extrae del Nuevo Mundo inyecciones
de riqueza para fortalecer el nuevo sistema en crecimiento: el
capitalismo. El universal teórico qué elabora el cristianismo se
imbrica con el universal concreto que realiza un continente que, bajo
el sistema de un sistema económico y social, se desborda por el
mundo. Es la ECUMENE, es la espada, la Biblia y la moneda en casi
armonía. "Casi" porque las contradicciones dialécticas
son —no olvidemos— el motor de esa ecumene hacia su final
dorado.
El progreso se adjudicará totalmente al protagonismo
humano en la modernidad, época e idea, simultáneamente.
La modernidad
Como época histórica la Época Moderna comienza en 1453 con la
caída de Bizancio en manos de los otomanos y culmina en 1789 con la
Revolución Francesa. Convencionalismos cronológicos —años más,
décadas menos— que encierran numerosas y profundas
transformaciones.
Como idea la modernidad es mucho más abarcadora, incluye el
iluminismo, el positivismo, el marxismo, las utopías, los proyectos,
la idea de progreso; contemporiza con el conservadurismo democrático,
con el liberalismo, con los populismos, el comunismo teórico y los
socialismos teóricos y prácticos. Lo atraviesa la universalidad de
sus proyectos, de sus sistemas económicos, sociales y políticos, de
sus movimientos artísticos y del ritmo impuesto por las
"vanguardias".
La Época Moderna surge de las entrañas de la Baja Edad Media,
cuando también lo hace el capitalismo y la burguesía. El impulso de
viajar y explorar, la creación de un mercado mundial a partir de los
descubrimientos, la consolidación de los estados nacionales bajo la
forma de monarquías, el Renacimiento de los siglos XV y XVI, serán
fenómenos paralelos.
Dos transformaciones contribuirán a la elaboración de la nueva
concepción antropocéntrica: en el siglo XV La Reforma impulsa el
libre desarrollo del individuo, la interpretación abierta y personal
de la Biblia y estimulan el trabajo (afán del hombre por el mundo
terreno). En los siglos XVI y XVII la revolución científica que
protagonizan Copérnico, Galileo, Newton (entre otros), derriba
conceptos que apuntalaban la visión teocéntrica: el geocentrismo es
sustituido por el heliocentrisno, se conoce la gravitación universal
y el movimiento de cuerpos y planetas. Descartes proporciona, con su
duda metódica, una verdadera piqueta desmanteladora. Su racionalismo
sería paralelo al empirismo inglés que hacía derivar todo
conocimiento de la experiencia.
Este desarrollo del pensamiento crítico y científico será la
fuente que alimentará el Humanismo del siglo XVIII; y a éste,
concretamente, se debe el proyecto de Modernidad e idea de "lo
moderno". En oposición a una Edad Media que tildaban de oscura
(reivindicando las épocas de "luz" que Voltaire
identificaba con Perícles, Alejando y Luis XIV) los iluministas
formulan un modelo que "se basaba en el desarrollo de una
ciencia objetiva, una moral universal, una ley y un arte autónomos y
regulados por lógicas propias. Al mismo tiempo, este proyecto
intentaba liberar el potencial cognitivo de cada una de estas esferas
de toda forma esotérica. Deseaba emplear esta acumulación de
cultura especializada en el enriquecimiento de la vida diaria, es
decir, en la organización racional de la cotidianeidad social"5.
El
siglo de las luces, de la razón, transforma la historia en un
producto humano, manteniendo la noción de Dios reducida el deísmo,
que ve en el fondo de todas las religiones históricas una
religiosidad racional común. Pero algo más complejo deriva del
concebir la historia como una progresiva iluminación. Por un lado
hay un proceso de reapropiación de los "fundamentos" o
"los orígenes": de allí que gran parte de las
revoluciones teóricas y/o prácticas de Occidente se planteen como
"recuperaciones", "renacimientos" o "retornos".
De lo nuevo identificado con lo valioso en virtual de la apropiación
del fundamento origen, que puede ser el buen salvaje, las formas de
la vida comunitaria o de unidad productividad-creación-realización
personal anterior a la alienación del asalariado, por ejemplo.
Por otra parte hay otra legitimidad posible, diferente a la ya
señalada (generalmente concebida como "mítica"): la
legitimidad derivada de una idea a realizar (sea la libertad, "luces"
o socialismo, etc.). Posee valores legitimante porque es universal,
orienta todas las actividades humanas: es proyecto. Estamos, así,
ante la secularización de la idea de progreso, sostenida en su punto
inicial por el fundamento-origen y en su punto terminal por el
proyecto. Son los "Grandes Relatos".
Todos los "ismos" de la época contemporánea participan
igualmente (pese a sus reales o aparentes divergencias) de la
condición de "gran relato" o "metarretrato", a
los que Lyotard describe como " las narraciones que tienen
función legitimante o legitimatoria"6.
Hay una línea de continuidad que, desde Descartes y el empirismo
británico, pasa por el Iluminismo y Kant y culmina en Comte, Hegel y
Marx.
El papel de Kant se relaciona con el proceso de secularización. La
religión fue siempre base de las normas morales y jurídicas: las
Tablas de la Ley prohiben robar o matar; Alá ordena ayunos y prohibe
carne de cerdo a un pueblo que habita desiertos ardientes; son normas
de higiene física y social mantenidos por la autoridad divina. Solo
cuando el estado tiene el poderío suficiente el control de la ley le
pasará a sus manos.
La ética de Kant responde a la quiebra de la unidad religiosa que
significó la Reforma y a la búsqueda de racionalidad y
universalidad del Iluminismo. Es el más elaborado intento de
construir una ética universal de naturaleza racional. Las máximas
de esta ética destacan el valor del deber. Será el sentido del
deber el más fuerte lazo que una a los individuos con el "gran
relato" al que se adscriban.
El Romanticismo, en la primera mitad del siglo XIX atacó la
modernidad, reivindicó la Edad Media y prohijó los nacionalismos.
Pero como las raíces de las naciones estaban dispersas a lo largo de
la historia, los románticos contribuyeron a la idea del progreso,
concibiéndolo al mismo con una coherencia interna superior a la de
las iluministas, como proceso gradual, acumulativo, que todo lo
abarca y que justifica incluso lo negativo en aras del objetivo y
sentido general de la historia. Si la historia es una teodicea, si
hay enfrentamientos mal-bien, es lógico que los haya, también,
geográficamente ubicados. La nación es ahora un ente redentor en el
proceso de desarrollo histórico.
Los grandes relatos tendrán dimensión universal pero también
variantes y empujes nacionales. Las contradicciones, en este caso,
también encierran coincidencias. Desde el punto de vista filosófico
el Romanticismo no solo es nacionalista, también es optimista: los
accidentes, retrocesos y aspectos negativos son subrayados con
énfasis porque, por encima de ellos, la lógica histórica se
cumple, finalmente. Los finales felices de las largas y tortuosas
novelas decimonónicas y Karl Marx describiendo el largo derrotero de
luchas sociales que anteceden a la sociedad sin clases del comunismo,
son, desde el punto de vista filosófico, igualmente románticos.
Pero el saldo que nos interesa resaltar es, como, a pesar de sí, el
romanticismo, confesadamente anti-moderno, fortalece la idea
vertebradora de la modernidad: la de progreso.
Con la fuerza de lo teológico o sin Dios, el proyecto de la
modernidad estuvo completo cuando contó con una ciencia objetiva,
una moral universal, una ley y un arte autónomo (con lógica propia)
y al hombre como protagonista de un proceso increscente y universal.
En nombre de esa universalización, la modernidad, europea en forma y
en esencia, se extendió por el mundo arrasando culturas. Allí donde
encontró fuertes raigambres culturales o importantes demografías
que doblegar, la modernización se realizó solo en parte, fue
"periférica". Pero total o parcialmente, los grandes
relatos llegaron a todos los rincones del planeta.
Los grandes ismos o relatos
Aunque la denominación alcance a todas las visiones
globalizadoras y legitimantes del tenor que sean, el siglo XX ha
girado en torno a tres grandes relatos que hereda del siglo anterior:
el comteano, el hegeliano y el marxista.
Comte, fundador del positivismo en la primera mitad del siglo XIX,
reconoció en Turgot y Condorcel importantes aportes a la idea del
progreso pero creyó ser el descubridor de la "ley del progreso"
y fue —de hecho— el primero en señalar la ausencia de esta idea
en los mundos clásico y medieval. La inteligencia humana, para
Comte, ha progresado a través de tres fases o estado: el teológico,
el metafísico y el positivo. La sociología concebida como física
social, pináculo del saber, es la ciencia que estudia esa dinámica
social.
En la primera fase, o sea en el estado teológico, el poder
espiritual es teocrático y lo acompaña un poder temporal
monárquico, unidos ambos en un estado de tipo militar. En el estado
metafísico impera el monoteísmo y la causa de los fenómenos pasan
a ser las ideas o principios abstractos. Es un período de gran
especulación metafísica al que contrapone, aunque siguiendo un
proceso de filiación histórica, el estado positivo. En éste los
fenómenos son investigados en sí y en sus relaciones. Los sabios o
científicos ejercerán (porque éste es un estado ideal a alcanzar)
el poder espiritual, sustituyendo a los teólogos, y los industriales
tendrán el poder temporal, sustituyendo a los monarcas. Si bien los
estados anteriores son transitorios, éste último es definitivo.
Comte detalla su utopía en forma pormenorizada: ritos, vestimentas,
calendarios, educación, estructura familiar, rol de la mujer. Dos de
las ideas signarán todo el siglo XX: la humanidad es una y el
desarrollo humano trae consigo una constante mejora de las
condiciones materiales de vida y de las facultades intelectuales. Es
el progreso de la mano de la ciencia.
El gran relato comteano ponía su acento legitimante, como toda
utopía, en el proyecto a alcanzar.
Hegel, también en los primeros años del siglo XIX, insiste en la
racionalidad de la historia, haciendo que sea la Idea o Espíritu
quien se desarrolla con ella. La historia vuelve a ser el medio
privilegiado de conocimiento de la esencia del Espíritu; en Hegel
hay filosofía idealista, metafísica, mística y teología. No hay
lugar para lo accidental; cuando algo no está sujeto a cálculo, no
hay azar según Hegel, sino una voluntad divina que se impone, aunque
ésta sea imposible de desentrañar para el hombre. Cuando un hombre
cree cumplir una gran obra en beneficio de sí o de su pueblo, solo
cumple con los designios de la historia, pero sin saberlo: es la
"argucia de la razón".
En ese desenvolvimiento todo pasa, nada permanece: la dialéctica,
de origen griego e infancia agustiniana, crecerá con Hegel y llegará
a la difícil etapa de la madurez (que algunos ven como plenitud y
otros como decadencia) en Marx.
El gran relato hegeliano no tiene su legitimación en una proyección
de futuro ya que la historia, para Hegel, termina en el presente.
Está en lo absoluto de esa construcción que hace que, gracias a la
dialéctica del espíritu, la humanidad se una de nuevo con Dios;
está en la sentencia de que "todo lo que es racional es real y
todo lo que es real es racional"; está en la visión del Estado
como encarnación de la razón. No casualmente Hegel hace ver el
Estado como la venida de Dios a la Tierra, cuando en su país se
consolidaba el estado moderno y el propio perfil nacional, bajo la
monarquía constitucional prusiana.
Karl Marx, a mediado del XIX, conjuntamente con Engels y basándose
en la filosofía clásica alemana (Hegel, Feuerbach), en la economía
política inglesa y en el socialismo francés (al que clasificará
como "utópico") construye su propuesta de "socialismo
científico". La suya no será solo una visión crítica del
capitalismo y una propuesta de cambio en búsqueda de justicia
social, proyecto a alcanzar mediante el parto violento de la
revolución del proletariado. Será, además, la más rotunda
declaración del principio de la necesariedad del progreso histórico.
Tanto es su concepto de lucha de clases, como en su análisis del
capitalismo, Marx subrayó el carácter progresivo del desarrollo de
la humanidad. Movido por el motor dialéctico de esa lucha, el
progreso es, también en Marx, de carácter universal: "el
comunismo es posible como un acto de todos los pueblos a la vez, lo
cual presupone que se hayan desarrollado universalmente las fuerzas
productivas" dirá en la Ideología Alemana. Acciones políticas
y cambios económicos diversos son analizados por parte de Marx,
desde el punto de vista de su condición de instrumentos
inconscientes de la historia7.
La legitimación de su visión histórica es dual. Por medio del
concepto de alienación, el hombre, después de la revolución del
proletariado, deberá recuperar la armonía y el equilibrio que en su
origen existía, antes de que la sociedad de clases escindiera al
hombre y al trabajo. Igualmente legitimatorio es el proyecto, en el
que, con su acto de fe en una sociedad igualitaria a alcanzar, Marx
se nos revela romántico y agustiniano.
Comte, Hegel y Marx son las expresiones de la modernidad que más
proyecciones han tenido en el siglo XX; herederos de una larga
tradición, sus propuestas, aún siendo diferentes y/o encontradas,
son, sin embargo, fieles a ciertos principios rectores comunes: el
progreso, lo inexorable del mismo, la unidad de la humanidad, la
inclusión de la realización de los individuos en un proyecto
colectivo, proyecto que demanda la obtención y uso del poder para
ser alcanzado.
Una característica más les es común: su etnocentrismo. Para Comte
lo universal se realiza en el occidente cristiano blanco; Hegel
concibe la Idea o Razón divina realizándose en la historia en un
movimiento creciente que va de oriente a occidente y alcanza su
plenitud en los germanos cristianos. Marx, en aras de la
universalidad de su visión, conoció mal y predijo peor respecto a
América: vio en Bolívar solo un aristócrata latifundista y una
confirmación de su lógica histórica en el triunfo de EEUU frente a
México.
Posmodernismo
A fines del siglo XX el enorme edificio
de la Modernidad se resquebraja, sin derrumbarse totalmente. Cae la
idea rectora del progreso: no hay un futuro mejor, asegurado por la
ciencia, cuando las megalópolis y los movimientos ecologistas ponen
en evidencia el deterioro ambiental, producto de la tecnología,
verdadera espada de Damócles que pende sobre la vida misma del
planeta: no hay posibilidad de forjar un futuro de igualdad y
justicia social, si los "socialismos reales" (que
construyeron un mundo a la medida de esas expectativas) han caído.
Lo único que parece inexorable es el presente, el futuro se
desvanece ante la ausencia de proyectos, y del pasado solo se
rescatan parcialidades.
Los grandes relatos o narrativas, al caer, dejan a los hombres
librados al individualismo total. Y como no hay más horizontes que
el de las satisfacciones personales, el poder pierde sentido ético,
así que se le obedece sin convicción o se lo sortea e ignora,
debilitándolo.
Por último, caen las unidades referenciales como la nación y se
habla de postnacionalismos; pero también la unidad misma de la
historia se cuestiona y se habla de "post-histoire" o
directamente, del "fin de la historia". Sintetizando: el
postmodernismo.
Es la primera vez que el término "post" se asocia a una
época: las anteriores se concibieron a sí mismas como edades de
culminación o como renacimientos de alguna edad modelo. "Post"
indica que está "después de" la modernidad, que se es,
por lo tanto, diferente aunque "derivado de" ella. Por eso
señalábamos que no había ocurrido un derrumbe total de la misma.
Porque la postmodernidad "puede entenderse (...) como el tiempo
y el espacio privado-colectivo, dentro del tiempo y espacio más
amplio de la modernidad, delimitada por los que tienen problemas o
dudas con la modernidad, por aquellos que quieren someterla a prueba,
y por aquellos que hacen un inventario de los logros de la
modernidad, así como de sus dilemas no resueltos"8.
Los postmodernos son aquellos que han elegido serlo, y viven en un
mundo heterogéneo, donde hay también pre-modernos y modernos. Al
generalizarse esa opción, independientemente del hecho de participar
en ella o no, se comienzan a dar fenómenos sociopolíticos que nos
engloban a todos. El postmodernismo es, por sobre todas las cosas,
una realidad histórica de este fin de siglo.
Como tal, el término define un fenómeno que se corresponde con la
sociedad postindustrial, también llamada era tecnocrática, que es
aquella desarrollada especialmente en los países centrales desde la
década del 50 en adelante. "Capitalismo tardío" que se
caracteriza por el enorme desarrollo de sus fuerzas productivas (en
base a la automatización y a la cibernética), por la sustitución
de la producción en serie por series pequeñas de artículos de
menor duración, ya que el ritmo de las innovaciones tecnológicas
impulsa el recambio, el cual es instrumentado por la propaganda. En
lo social se altera la composición de la anterior sociedad
industrial, disminuyendo el número de obreros frente al de
empleados, técnicos, científicos y profesionales que responden al
aumento del sector terciario. La principal fuente de producción es
el conocimiento y una de sus formas más tecnificadas, la
informática, regula el funcionamiento empresarial.
El término postmoderno se utilizó por primera vez en arquitectura
alrededor de los años 70, siendo Alain Touraine quien abrió la vía
de reflexión sobre el problema con su libro La sociedad
postindustrial. Para los arquitectos fue el nombre de un estilo
que ya no contaba con un espacio nuevo que pudiera organizarse
racionalmente con fines sociales trascendentes. Era una arquitectura
condenada a engendrar una serie de pequeñas modificaciones dentro
del espacio heredado de la modernidad, o sea: abandonar la idea de
"una reconstrucción global del espacio habitado por la
humanidad"9.
"En arquitectura, la piqueta que en nombre del progreso derriba
lo viejo sería típicamente moderna, el "reciclaje" que
recupera el pasado, postmoderno"10.
Lo escenográfico, el efecto buscado sin más funcionalidad que el
efecto mismo: columnas que no sostienen, fachadas de otrora con
vientres de acrílico y escaleras mecánicas.
En lo social
también aparecen las modas "retro" y tanto en estética
como en arte desaparecen las "vanguardias", aquellos
movimientos de ruptura, que luchaban contra la cultura oficial. Ahora
la cultura pierde su carácter de elite, se masifica y se
comercializa con productos que son oficialmente aceptados. ¿Quién
es ahora "lo oficial"?: los medios de comunicación, en los
que se impone el idioma de la imagen, la velocidad es el ritmo, la
publicidad puede ser arte y los mecenas son gigantescas empresas.
Mundo "hipermediado", "en el que una imagen borra a la
otra y una noticia desaparece rápidamente de la escena por la
superposición de otra nueva"11.
En esa sociedad se han perdido todas las formas de trascendencia que
adquiría un individuo al inscribirse en un proyecto colectivo. El
eterno presente resultante le quita valor al envejecimiento (que ya
no es visto como "atesoramiento" de experiencia) y
transforma en imperiosa la necesidad de mantenerse joven. Todos los
medios son válidos; se cuida el cuerpo porque la imagen de sí es lo
único que uno tiene. La cirugía estética, que antes de ocultaba
pudorosamente, ahora se anuncian, justifican y aplauden12.
La sociedad se "adolescentiza", porque verse adolescente es
el modelo.
Pero con los grandes relatos también cayeron presupuestos éticos
modernos. El sistema kantiano, su noción de deber y ligada a éste
la del esfuerzo, la del sentido acumulativo y direccional del mismo
hacia un objetivo. Por eso la nueva imagen, los conocimientos
incluso, pueden ser alcanzados sin esfuerzo, según indica la
publicidad: "Adelgace sin hambre", "gimnasia pasiva",
"como recordar lecciones oración por oración con pocas
lecturas", son algunos de los eslóganes que denotan el fenómeno
en nuestro país.
Todo lo que refleja a ese individuo esteticista y sin límites
(porque los rumbos limitan al guiar) es expresado y admitido como
legítimo en un "todo vale". Simultáneamente con la
uniformización del mundo (todo él consumiendo los mismos productos
y asistiendo, simultáneamente, a los mismos acontecimientos al ritmo
de las televisaciones vía satélite) se da, paradójicamente, un
gran desarrollo de las comunicaciones locales, de las vestimentas,
hábitos culturales o gastronómicos específicos y de todas las
formas comunicantes del uno aislado con la abstracción que sea:
llame por teléfono para oír un chiste o el horóscopo, haga videos
caseros, opine en una encuesta radial y llévese el cine a su casa en
un video. Se han pluralizado —dentro de la uniformización y en
contradicción con ellas— los gustos y las necesidades.
Haber
"perdido el futuro" torna a los individuos escépticos ante
cualquier utopía o personaje mesiánico, pero también los hace
especialmente susceptibles a los mitos acerca del fin del mundo. No
del todo ajenos a una idea de decadencia que también recorrió al
mundo partiendo desde occidente en el siglo XIX, aunque la idea que
lograra mayor adhesión fuera la contraria, de del progreso. Es muy
peligroso para la psiquis de la humanidad en este año 1994, ese
cometa (algo tan fortuito que no tiene órbita ni más rumbo que el
de toda esquirla a la deriva) que se ha abatido sobre el gigante
Júpiter, aún en su inmensidad, lesionado. La Tierra tiene una
escasa certeza temporal de que no sufrirá un daño semejante solo
hasta el 2010. Y no lo dice la Biblia, sino la máxima divinidad del
mundo moderno: la ciencia.
Por eso hay todo un renacimiento religioso sin el cual no
explicaríamos en el laico Uruguay de Batlle y Ordóñez, para seguir
con los ejemplos vernáculos, una estatua de la diosa Yemanyá del
culto afro-brasileño, inaugurada por el intendente de Montevideo,
Dr. Tabaré Vázquez.
Caída la gran narrativa de la
secularización, "religión de los ateos" desde la
Revolución Francesa, se ha producido mundialmente una proliferación
espontánea de grupos que ya no se proponen predecir un futuro de
miles de años, con finales de apocalipsis o de paraíso (más allá
de que muchos lo hagan) sino paliar el desamparo espiritual y los
miedos con un vago discurso donde nada es ortodoxo y lo más
sobresaliente es el carácter privado de las creencias religiosas.
¿También hay una postpolítica?
El "todo vale" que parece ser la grifa del
postmodernismo, no es, sin embargo, un lema rebelde, ya que para que
lo fuera esa rebelión tendría que tener un objetivo y ser la
aspiración colectiva de muchos. Las rebeldías dentro del
postmodernismo son perfectamente toleradas, pero solo en tanto
coexisten con muchas otras y también con la aceptación pasiva del
statu-quo. Además, el concepto mismo de "revolución" está
en crisis, ya que el mismo implica quebrar un orden existente, negar
el pasado inmediato y proyectar un orden otro13.
Eso no significa que las repercusiones de ese cuestionar la
modernidad no sean varias en el plano político.
El fenómeno
básico es, también aquí, la caída de los grandes relatos: "La
gran narrativa cuenta la historia con una confianza en sí misma
abiertamente causal y secretamente teleológicas"14,
por eso se habla del "fin de las ideologías" entendiendo
por tales —lo que es parcializar el término— aquellos sistemas
de ideas que apuntan al futuro y prometen emancipar la humanidad. Al
caer los grandes se abre el espacio a muchos pequeños relatos. No
son pequeños por contenido, pues pueden ser, incluso, cualquiera de
los ex grandes relatos, solo que retomados sin su carácter de
exclusividad, única Verdad, o de Verdad siquiera. Son igualmente
válidos y coexisten (pero son válidos solo si coexisten
admitiéndose entre sí) todas las utopías, religiones o proyectos.
Con esta contemporeinización de relatos desaparece el epicentro
europeo de la Historia. Los europeos impusieron su economía y su
cultura, haciendo de sus Verdades las Verdades universales y dieron a
todo el tiempo y espacio histórico su propio sentido. El resto del
mundo los "mundos otros" descubrirían más tarde esas
Verdades, cumplirían más tarde de las etapas históricas que ellos
habían experimentado. Creían, y creíamos, que lo inexorable se
cumplía también en Asia, África y América, pero con retraso.
Al develarse que el modelo universal era un modelo particular
europeo, muchos de los relatos pequeños que se recuperan, provienen
de las orillas, donde la realización periférica de la modernidad le
había bajado el volumen a voces antiquísimas, pero no las había
enmudecido. Mundos que primero fueron rescatados por toda una bohemia
intelectual que vio en ellos lo exótico (o sea lo admirable y
disfrutable de lo ajeno). Pero hoy ya no son ajenos, están presentes
en la vida cotidiana del europeo o norteamericano, en la ropa hindú
de moda, en el refugiado que despierta piedad, rechazo y temor,
simultáneamente.
Ejemplo de la caída de esos "mundos otros" puede ser la
campaña publicitaria (también difundida en nuestro país) de
Benetton, el holding de ropa deportiva que después de 46 páginas
dedicadas al tema del racismo, informando sobre las distintas razas,
dónde y por quiénes eran rechazadas, las cirugías estéticas de
quienes aspiran a verse "más blancos"; le pregunta al
lector: "¿qué es lo que realmente quieres saber sobre la gente
de otras razas?". Y la respuesta se abre desde la página 47 en
adelante, con desnudos frontales de jóvenes de ambos sexos,
asiáticos, negros y caucásicos. Jugando con las fotografías se
arman diferentes parejas bajo la pregunta: "¿cómo será hacer
el amor con alguien de otra raza?". El sexual es el acto mas
profundo de internalización de otro.
Pero otro ejemplo posible son las múltiples manifestaciones de
racismo y xenofobia: la proximidad que establece la pérdida de la
condición de "mundos ajenos" acentúa, en algunos
sectores, los rasgos de irracionalidad que la política postmoderna
posee. Y aquí "irracionalidad" no es un calificativo
peyorativo, es la categoría conceptual de respuesta del
postmodernismo en tanto éste entiende que la "racionalidad"
es moderna, autoritaria y utópica. Se relativiza todo y esa erosión
corroe también los tabúes, entonces la etnicidad vuelve a
insertarse en la política y, sin vergüenza alguna, los neonazis
reaparecen en público. Mientras (y todos desde y en el
postmodernismo) Habermas desata una gran polémica en Alemania al
declarar que en Auschwitz fueron rotos los lazos de tradición que
sustentan la identidad alemana: "Lo monstruoso sucedió sin
perturbar el tranquilo aliento de la vida cotidiana. Desde entonces
ya no es posible una vida consciente sin desconfiar de toda
continuidad que se afirme incuestionablemente(...)"15.
Las quiebras y desplazamientos de la racionalidad política moderna
se evidencian —con sus aspectos negativos y positivos— en: a)
los "postnacionalismos"; en el b) "debilitamiento de
los escenarios de clase"; y en el c) "hombre estético"
de una sociedad preñada de nuevos lazos coligantes.
a) Los postnacionalismos parecen ser la incontrastable realidad
europea actual: "Baste recordar la integración europea, las
alianzas militares supranacionales, las interdependencias en la
economía mundial, las migraciones motivadas por situaciones
económicas, la creciente pluralidad étnica de las poblaciones y
también el adensamiento de la red de comunicación (...)"16.
Pero no solo en Europa: la política económica de bloques lleva a
procesos de integración de gran velocidad en todas partes. En esa
carrera están el NAFTA, el MERCOSUR y la reciente Comunidad
Caribeña, aunque no en la misma pista. Por otra parte, las
"quiebras" de autoconciencia histórica se llaman Auschwitz
para los europeos pero llevan el nombre de las dictaduras militares
de cada país latinoamericano, y de los más diversos horrores en
Asia y Africa. Pero, por sobre todo, la palabra exilio es el nombre
del más vigente y pluricausal de los desarraigos y una herida mortal
a los nacionalismos. Búsqueda de los niveles de consumo y confort de
los países centrales, guerras civiles, guerras étnicas, políticas,
religiosas, guerras sucias. Miles de caminos permeabilizando las
fronteras.
Toynbee llamó "proletariado externo" a la
masa que presionaba desde las fronteras hacia el centro del Imperio
Romano, pugnando por entrar: hoy está presionando a Europa desde los
Balcanes y a EEUU desde el Río Bravo.
b) El debilitamiento de los escenarios de clase. La idea de
Nación es de naturaleza histórica y, por tanto, sujeta a evolución.
Hubo un concepto de nación equivalente a etnia, que identificó
comunidad con nación (que es lo que hoy reivindican los xenófobos),
luego superado por el de comunidad política dinamizada por un
mercado, en el marco de crecimiento y afirmación del sistema
capitalista. En esa comunidad los intereses de clase tendieron a
confundirse con intereses nacionales y el Estado con la clase
dominante.
Pero las clases también cambian cuando lo hacen las formas de
producir, de consumir y de distribuir riquezas. Al modificarse éstas,
pierde vigencia la lectura simple del Estado en términos de "agente
de clase". En primer lugar porque el Estado se revela como un
campo de relaciones: "Los vínculos entre grupo gobernante y
clase dominante, pueden ser todo lo estrechos que se quiera, pero
ello jamás autoriza a identificarlos y considerarlos una y la misma
cosa, entre otros motivos, porque tales vínculos nunca anulan los
que logra imponer el bloque social dominado"17.
En segundo lugar porque la identificación de las personas con una
clase social determinada se desdibuja ante cambios que afectan la
estructura misma del análisis en términos de clase. "Antes,
tanto las formas de vida de la burguesía como de la clase obrera
estaban centradas en la realización del trabajo. Sin embargo, en la
denominada " sociedad postindustrial" actual, el centro de
las actividades cruciales de la vida es el tiempo libre..."18.
Y la identificación cultural (algo más amplio y complejo que la
conciencia de clase) está altamente determinada por el nivel de
consumo, que no siempre se corresponde con el nivel económico real.
Hecho éste que se ve incentivado por el desplazamiento de la
obligación de pago que implican las tarjetas de crédito (que las
hay para diferentes niveles de consumo). Velada tras la ilusión de
que es la tarjeta la que paga y quién abre mágicos mundos de
confort, se comprometen capitales no ganado. El ahorro es "moderno",
Credisol y Visa, "postmodernas". Y lo que en más alto
porcentaje financian son las variadas formas de utilización del
tiempo libre, porque esas actividades marcan el status social más
que ninguna otra.
Todo esto es indudablemente cierto para parte
del mundo e irrisoria para otra, y en ese sentido Lyotard brinda una
descarnada visión del alcance real de la problemática postmoderna:
"la humanidad está dividida en dos partes. Una de ellas se
enfrenta al desafío de la complejidad, la otra, la más vieja, ha de
habérselas con el terrible desafío de su propia supervivencia. Éste
es, quizás, el principal aspecto del fracaso del proyecto moderno
que (...) valía en principio para la humanidad en su conjunto."19.
c) El hombre estético. Los partidos políticos no podían
quedar incólumes si las estructuras mayores a las que se inscriben
(Nación, Estado) sufren serias modificaciones. A ellos les toca
verse desplazados frente a la irrupción de los movimientos. Ejemplos
locales y mundiales abundan.
Deben tipificarse dos: los electorales, que buscan una gama más
amplia y numerosa de adherentes mediante transacciones con otros
grupos históricos; y los sociales, los del "homo aestheticus"
que ante la pérdida de proyectos se niega a la individualización
total y busca "experimentar cualquier emoción colectiva en el
seno de las pequeñas "tribus" de las cuales participa"20.
No debe confundirse esa visión estética con el esteticismo y
adolescentización de la sociedad anteriormente señalado. Aquí
proviene de aisthésis: el hecho de experimentarse en común, que es
lo que privilegia lo próximo", lo que le es familiar a cada
uno. Esto lleva el sentido de lo colectivo más allá de las
tradicionales relaciones sociales. Transforma en nuevos aglutinantes
políticos a las reivindicaciones de tipo abstracto y general, pero,
a la vez, personales: una campaña ecológica, o antitabaco, o en pro
de los derechos gay, o de los femeninos, o de la educación. Frente a
la mundialización estereotipada o a la dispersión del "vale
todo", la pertenencia afectiva a uno de esos grupos es una forma
de salvar identidad. Por eso, además, más que la ira o la amarga
conciencia del presente (que el concepto de revolución encerraba),
las rebeliones postmodernas se viven en un ambiente de fiesta. La
huelga de nuestros universitarios fue típicamente postmoderna, por
ejemplo. Puso en escena (porque la imagen es hoy el lenguaje y la
palabra el complemento) "entierros" y "batallas"
y los jóvenes desfilaron con pancartas... y alegría. La alegría de
la aisthésis. La música, el baile, la murga (que aúna ritmo,
disfraz y mímica) cuando no los globos, acompañan casi
indefectiblemente todos los actos políticos, tanto de izquierda como
de derecha.
Los nuevos movimientos sociales se han desprendido del juego
político, aún aferrado a lenguajes retóricos, han apelado a
figuras provenientes de otros ámbitos (cine, música, mundo
empresarial) y han desafiado los dictámenes de todas las fuerzas
políticas —contraviniéndolos— en campañas que
atraviesan teorías e ideologías, formando verdaderas redes de vasos
comunicantes nuevos. En resumen: se ha revalorizado la sociedad
civil. Cuando los movimientos políticos-electorales se abren, creen
y quieren abrazar esa masa inquieta e inabarcable. Pero unos y otros
son movimientos distintos. Que mejor ejemplo que el plebiscito del 28
de agosto en el que todos los candidatos presidenciables de un
Uruguay en plena carrera electoral apoyaron el "Si", que
avalaría la reforma electoral, consiguiendo un rotundo "No".
Al día siguiente un titular de prensa resumía ese evento que
desafió los pronósticos de los políticos más avezados y de las
mas confiables empresas de marketing: "Impiadosa bofetada
histórica de la sociedad civil a la sociedad política"21.
En
Latinoamérica las que contribuyeron a esa revalorización fueron las
dictaduras militares, "al prohibir las actividades políticas y
el debate público, emerge la sociedad civil como esfera relevante de
la dinámica social. Sobre todo porque hay grupos que ante la censura
actúan llevando la política a la sociedad civil."22.
Restablecidas las democracias, superado el deslumbramiento que estas
produjeron, la sociedad civil crece y goza de buena salud.
El fin de la historia
El "fin de la historia" del postmodernismo es muy
diferente —y anterior en el caso de Gianni Vattimo— al proclamado
por Francis Fukuyama. El nipón-norteamericano habló de "fin"
como culminación: ya no hay oposición, ha vencido el capitalismo y
solo resta algo de historia (entendida como la dinámica emanada de
la lucha) en las periferias asiáticas, africanas y americanas, que
aún no han cumplido el proceso histórico que el centro
euro-norteamericano ya completó.
Tampoco se refiere a ese fin como catástrofe que la amenaza atómica
o antiecológica ha hecho posible. Los que Vattimo plantea, no como
posible sino como algo ya consumado, es el fin de la historia como
proceso unitario dotado de coherencia y continuidad. Solo desde el
punto de vista de los vencedores es posible esa visión unitaria; se
le da coherencia al pasado porque justifica el presente y a los
dueños del poder en el presente. Los vencidos no pueden preservar su
memoria, y su visión de la historia es necesariamente de quiebre y
discontinuidad. A esta denuncia de la falsa unidad de la Historia
dada por "el poder" (cualquiera sea éste), el autor agrega
otra: tampoco existe ese tiempo abstracto, portador de una esencia
que subterráneamente fluiría por debajo de las rupturas y ritmos de
las historias de vencedores. La "clase no clase", "el
proletariado portador de la verdadera especie humana", opinión
ésta de M. Bloch que Vattimo califica de "Ilusión
metafísica"23.
Pero además el fin de la historia está dado por los propios medios
de comunicación, que permiten reunir y transmitir la información
que por primera vez haría reales las posibilidades de una "historia
universal". Y sin embargo son esos mismos medios los que la
imposibilitan e implosionan la Historia. La lluvia de información
sepulta al informado, la simultaneidad produce una "deshistorización
de la experiencia". Cada informativo televisivo sumerge en la
más absoluta contemporaneidad: Ruanda, Medio Oriente, ONU, SIDA,
Clinton, algún escándalo del jet-set, muchas catástrofes. Es el
eterno presente, la velocidad de la superposición de
acontecimientos, que impide la sedimentación, la meditación, la
real incorporación que requiere el conocimiento.
"En el pasado, siempre se habló de una historia universal,
pero hoy, me parece que desde la perspectiva filosófica o política,
no hay un centro fuerte del mundo, o se tiende a que no lo haya.
Sobre todo no lo reconocemos. Ahora la historia se reconoce
fragmentada y ésta fragmentación justifica el fin de la historia"
sostenía Vattimo en entrevista con Brecha, en octubre del 93. Seguir
sosteniendo la idea de unidad histórica y de progreso "implica
mantener un punto de vista hegemónico basado en el desarrollo de
tipo europeo o norteamericano".
Además del mantenimiento de las democracias plantea una
estetización del mundo que, como camino de emancipación (al menos
como tal lo plantea el postmodernista italiano) elige el llamado
"pensamiento débil": debilitar los poderes por el
desprestigio o la desobediencia. No buscar su caída en lucha
frontal, ese sería "pensamiento fuerte", típicamente
moderno. "Las estructuras del poder, como poder centralizado, se
disuelven en la secularización moderna a través de poderes
democráticos múltiples, conflictuales, que impiden una
totatilización unitaria", "Me emancipo, solamente,
reduciéndome", reducción deliberada, "no pasiva
aceptación de los que pasa"24
25.
El postmodernismo es un fenómeno provocador, también en política,
no solo porque obliga a reconsiderar las formas colectivas de
relación, los objetivos reivindicables como posibles o deseables y
los discursos a manejar; sino porque hace que, ineludiblemente,
América debe repensarse.
Fukuyama admite que su fin de la historia plantea un gran
aburrimiento como perspectiva y no cierra del todo la puerta a un
posible viraje que provenga de las periferias, donde "aún"
hay historia que discurre. Vattimo confiesa: "Siempre tengo
mucho interés en ver si aparece un nuevo lenguaje en América
Latina" y aunque señala no haberlo encontrado aún, su
expectativa es, por sí sola, una sacudida a los facilismos mentales.
Que saquemos ventajas de nuestra modernidad periférica y de nuestro
subdesarrollo, siendo capaces de pensarnos a nosotros mismos sin los
anteojos de otros, es proyectar optimismo sobre una realidad por
demás compleja, ¿Es una utopía? ¿No nos estarán reclamando que
les ofrezcamos "utopías made in sur", porque las suyas se
han agotado...? Llegando a este punto de la reflexión no puedo dejar
de recordar ese grafitti que leí en Bulevard Artigas y Agraciada,
típicamente producto de la " viveza criolla" (que no es
otra cosa que la astucia del tercermundista). Es un grafitti breve:
"Neoboludismo-vanguardia postmoderna".