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Aufsatz
Astronomie

Karl-Franzens-Universität Graz - KFU

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Bernd R. ©

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El fin de la idea de progreso y la postmodernidad1


Ana Ribeiro


1994


Las palabras, esas grandes etiquetas de las ideas, también pasan por períodos de protagonismo, o de olvido; como no todas existieron siempre, tienen su etapa de surgimiento, vedettismo y hasta sufren lapsos de abuso y saturación.

Este artículo se propone hurgar en algunas palabras muy connotadas en los últimos años, buscando el hilo que las conecta entre sí y su contenido real. Contenido que es un poco el "aire de nuestro tiempo", ya que vivimos inmersos en un mundo en el que está en tela de juicio la idea de progreso, se dice que le ha llegado la hora final a la modernidad; aún más, se presagia el propio fin de la historia y se proclama el imperio de lo postmoderno, desde la arquitectura al esteticismo que rige la vida social, pasando por juventudes apáticas y renacimientos religiosos.



La idea de progreso


Nos acompaña desde hace dos mil años, por lo menos, razón por la cual nos parece inherente al ser humano. Sin embargo, las visiones más antiguas que los hombres tuvieron acerca de sí, del tiempo y del devenir, fueron cíclicas y fatalistas. Cíclicas porque, al compás de los ritmos de la naturaleza, la historia estaba sometida a períodos de nacimiento, crecimiento, maduración, decadencia y muerte. Fatalistas porque estas etapas se cumplían inexorablemente para los hombres, las ciudades, los pueblos, los imperios. El hombre no podía quebrar ese rumbo predeterminado y su libertad consistía en, conociendo la historia, saber jugar lo mejor posible su rol. Ese era el sentido del "pragmatismo" entre los griegos: la historia enseña. Dentro de estos márgenes, la idea de los griegos acerca de la naturaleza humana es optimista, en tanto es protagónica.

Estos "padres" de la Historia tenían una visión espaciotemporal en la que el mundo no era mucho más ancho que el Egeo y todo lo demás era "ajeno" (lo que ellos denominaban "bárbaro"). En este sentido es proverbial la imagen de Heródoto relatando con asombro los testimonios por él vistos acerca del antiquísimo pasado de los egipcios. Un pater de la historia calificado de "cuentista" por Aristóteles y hoy reivindicado por su amplitud antropológica.

La Historia como disciplina se movía aún en el mundo de oralidad que de la Grecia del siglo V era. El imperio de lo escrito aparecerá con Tucídides, el académico, el "científico" amante de la historia política. Pero también en él la impronta será la misma: en las primeras páginas de su Historia de la Guerra del Peloponeso señala que no pudo conocer los sucesos anteriores, pero confiesa no creer "que fueran de importancia ni en cuanto a las guerras ni en cuanto a los demás"2.

Los romanos, también en historiología como en arte, herederos de los griegos, introducirían modificaciones importantes. Aunque no los superen en apodexis (demostración y exposición) introducirán el concepto de lo universal: lo universal es Roma y en cuanto tal es un "todo". No era lo universal real, como quedará demostrado de 1492 en adelante, pero el concepto de lo universal estaba en ciernes. Será totalmente conformado con el advenimiento del cristianismo, religión que corroe y fecunda, a la vez, el organismo ya enfermo del Imperio Romano, trascendiéndolo y trascendiendo ella misma como religión universal.

El cristianismo romperá la visión cíclica de la Antigüedad (aunque sin eliminarla: Nietzsche, Spengler serán estelas nostálgicas de esa estrella), concretará el universal teórico e inaugurará la idea de progreso.

Lo hará a través de una larga génesis: Yahvé, dios de los hebreos, comenzará a ampliar su esfera de acción y de poder cuando, a través de los Profetas, anuncie al pueblo de Israel los castigos que recibirían por sus pecados, especialmente por el de idolatría, por medio de cautiverios y dominaciones que sufrirían a manos de los pueblos vecinos. Lo que significaba que su mano divina controlaba también a asirios, egipcios y babilonios. El Mesías anunciado separará a la comunidad hebrea en dos grupos: los que aún siguen esperándolo y aquellos que vieron en Jesús, hijo de José el carpintero, al hijo de Dios. La pequeña secta dentro del "universal" Imperio Romano comienza su expansión a través de la prédica de los apóstoles. Su mensaje era universal: el Nuevo Testamento es una Nueva Alianza entre todos los hombres de fe y Yahvé, ahora dios único, todopoderoso, más piadoso que el del Viejo Testamento. Pero también más distante, en el Viejo Testamento detuvo la mano de Abraham cuando, en un acto de obediencia divina, iba a ejecutar a su primogénito; también fue quien cerró las puertas del arca de Noé, por citar dos ejemplos.

Primero perseguidos, luego admitidos, finalmente, religión oficial del Imperio Romano, el cristianismo, religión universal, inicia una larga historia de conjugación del poder temporal y del espiritual. Y da a Occidente la matriz de su autoconcepción histórica. Ésta será elaborada por San Agustín, obispo de Hipona (354-430) en momentos en que el Imperio Romano de Occidente caía y Roma, la eterna, era incendiada y saqueada por Alarico.

San Agustín plantea la historia como la realización de los propósitos divinos, no de los humanos. El hombre es pecador y Dios, piadosamente, le ofrecerá la redención. Esto, si bien mengua el papel protagónico que los griegos daban a los hombres en la historia, eleva a la Historia como disciplina a una nueva categoría: las de única vía de conocimiento de la voluntad divina3.

Pero el principal cambio está en la concepción del tiempo, que deja de ser cíclico para ir desde la Creación al Juicio Final. El tiempo avanza en línea recta hasta un estadio final de realización y plenitud. Es más oscuro el papel de los hombres, pero hay optimismo en ese final luminoso. Es un optimismo fatalista: es la convicción de un fatal, inexorable final-comienzo. Porque en el fin de un pasado en secuencias (épocas: cada una de las cuales es la realización de un objetivo divino específico), pero el comienzo de un tiempo eterno a la diestra del Señor. Es la historia como historia de la salvación, con dimensión ontológica.

La necesariedad es lo nuevo y es lo que liga a los propósitos divinos, al tiempo y a los hombres, Para San Agustín "la plenitud de la raza humana se encontraba ya en el primer hombre", el Dios de San Agustín pone en movimiento, lanza al crecimiento semillas porque "quiso hacer en el tiempo". "Esto podría expresarse con una fórmula: el crecimiento finalista más el inmodificable plan de la Providencia es igual a necesidad"4. Pero de la mano de esta idea va la de conflicto: el desarrollo de lo que está contenido en germen se hace mediante una pugna que es el verdadero motor. Es la dialéctica heredada de los griegos y legada luego a la modernidad. Directamente vinculada a dos ideas concatenadas entre sí: la idea de necesaria destrucción con la de redención: para llegar a la perfección es necesario pasar por un período de destrucción, sufrimiento y muerte (idea que San Agustín toma del Apocalipsis de San Juan). El utópico mundo a alcanzar debe pagar el precio de un bautismo de fuego. La idea de la revolución como partera del mundo nuevo, tan ligada a la historia contemporánea desde la Revolución Francesa y reafirmada en la Revolución de Octubre, es de raíz agustiniana: una forma distinta de redención.

En San Agustín y en su dicotómica Ciudad de Dios, además de la ciudad peregrina de Abel y la terrenal de Caín, aparecen los elementos esenciales de la idea occidental de progreso. O sea: la humanidad como ente que engloba a todas las razas humanas; el avance gradual y acumulativo de la humanidad a lo largo del tiempo; un marco temporal único para todos los pueblos y civilizaciones, tiempo unilineal dividido en fases y épocas; la fe en la necesidad que rige los procesos históricos y la inevitabilidad de un futuro predeterminado; la idea del conflicto como motor que mueve el proceso histórico.

La Baja Edad Media aporta a esta concepción nuevos horizontes y protagonismos. Los hombres, sin negar lo divino, ya que hay que esperar al siglo XIX para "matar a Dios", comienzan a secularizar la historia: cruzadas, nuevos y mágicos mundos que hacen —desde entonces— más creíbles los relatos de aquel pionero de los viajeros que fue Heródoto; una nueva economía que valoraba, buscaba y paría riquezas, imponen la necesidad de una psicología moderna del tiempo. El interés, los préstamos, los contratos, exigían un tiempo diferente, a la escala del hombre con apetencias terrenas. Un hombre diferente se abre paso, separándose gradualmente del tiempo divino, al que conservará solo como marco global, pero distante de su cotidianeidad.

El capital y los avances técnicos empujarán a las naves y a los viajeros como Colón, hombre de dos mundos, que en su Capitulación promete a la reina riquezas, la extensión del evangelio a las tierras descubiertas y la reconquista de las Tierras Santas, viejo ideal de Cruzada. Desde entonces, Europa avasalla la geografía desconocida, la explora, la viola, la somete, la metamorfosea y muta ella misma que, fundamentalmente, extrae del Nuevo Mundo inyecciones de riqueza para fortalecer el nuevo sistema en crecimiento: el capitalismo. El universal teórico qué elabora el cristianismo se imbrica con el universal concreto que realiza un continente que, bajo el sistema de un sistema económico y social, se desborda por el mundo. Es la ECUMENE, es la espada, la Biblia y la moneda en casi armonía. "Casi" porque las contradicciones dialécticas son —no olvidemos— el motor de esa ecumene hacia su final dorado.
El progreso se adjudicará totalmente al protagonismo humano en la modernidad, época e idea, simultáneamente.



La modernidad


Como época histórica la Época Moderna comienza en 1453 con la caída de Bizancio en manos de los otomanos y culmina en 1789 con la Revolución Francesa. Convencionalismos cronológicos —años más, décadas menos— que encierran numerosas y profundas transformaciones.

Como idea la modernidad es mucho más abarcadora, incluye el iluminismo, el positivismo, el marxismo, las utopías, los proyectos, la idea de progreso; contemporiza con el conservadurismo democrático, con el liberalismo, con los populismos, el comunismo teórico y los socialismos teóricos y prácticos. Lo atraviesa la universalidad de sus proyectos, de sus sistemas económicos, sociales y políticos, de sus movimientos artísticos y del ritmo impuesto por las "vanguardias".

La Época Moderna surge de las entrañas de la Baja Edad Media, cuando también lo hace el capitalismo y la burguesía. El impulso de viajar y explorar, la creación de un mercado mundial a partir de los descubrimientos, la consolidación de los estados nacionales bajo la forma de monarquías, el Renacimiento de los siglos XV y XVI, serán fenómenos paralelos.

Dos transformaciones contribuirán a la elaboración de la nueva concepción antropocéntrica: en el siglo XV La Reforma impulsa el libre desarrollo del individuo, la interpretación abierta y personal de la Biblia y estimulan el trabajo (afán del hombre por el mundo terreno). En los siglos XVI y XVII la revolución científica que protagonizan Copérnico, Galileo, Newton (entre otros), derriba conceptos que apuntalaban la visión teocéntrica: el geocentrismo es sustituido por el heliocentrisno, se conoce la gravitación universal y el movimiento de cuerpos y planetas. Descartes proporciona, con su duda metódica, una verdadera piqueta desmanteladora. Su racionalismo sería paralelo al empirismo inglés que hacía derivar todo conocimiento de la experiencia.

Este desarrollo del pensamiento crítico y científico será la fuente que alimentará el Humanismo del siglo XVIII; y a éste, concretamente, se debe el proyecto de Modernidad e idea de "lo moderno". En oposición a una Edad Media que tildaban de oscura (reivindicando las épocas de "luz" que Voltaire identificaba con Perícles, Alejando y Luis XIV) los iluministas formulan un modelo que "se basaba en el desarrollo de una ciencia objetiva, una moral universal, una ley y un arte autónomos y regulados por lógicas propias. Al mismo tiempo, este proyecto intentaba liberar el potencial cognitivo de cada una de estas esferas de toda forma esotérica. Deseaba emplear esta acumulación de cultura especializada en el enriquecimiento de la vida diaria, es decir, en la organización racional de la cotidianeidad social"5.
El siglo de las luces, de la razón, transforma la historia en un producto humano, manteniendo la noción de Dios reducida el deísmo, que ve en el fondo de todas las religiones históricas una religiosidad racional común. Pero algo más complejo deriva del concebir la historia como una progresiva iluminación. Por un lado hay un proceso de reapropiación de los "fundamentos" o "los orígenes": de allí que gran parte de las revoluciones teóricas y/o prácticas de Occidente se planteen como "recuperaciones", "renacimientos" o "retornos". De lo nuevo identificado con lo valioso en virtual de la apropiación del fundamento origen, que puede ser el buen salvaje, las formas de la vida comunitaria o de unidad productividad-creación-realización personal anterior a la alienación del asalariado, por ejemplo.

Por otra parte hay otra legitimidad posible, diferente a la ya señalada (generalmente concebida como "mítica"): la legitimidad derivada de una idea a realizar (sea la libertad, "luces" o socialismo, etc.). Posee valores legitimante porque es universal, orienta todas las actividades humanas: es proyecto. Estamos, así, ante la secularización de la idea de progreso, sostenida en su punto inicial por el fundamento-origen y en su punto terminal por el proyecto. Son los "Grandes Relatos".

Todos los "ismos" de la época contemporánea participan igualmente (pese a sus reales o aparentes divergencias) de la condición de "gran relato" o "metarretrato", a los que Lyotard describe como " las narraciones que tienen función legitimante o legitimatoria"6. Hay una línea de continuidad que, desde Descartes y el empirismo británico, pasa por el Iluminismo y Kant y culmina en Comte, Hegel y Marx.

El papel de Kant se relaciona con el proceso de secularización. La religión fue siempre base de las normas morales y jurídicas: las Tablas de la Ley prohiben robar o matar; Alá ordena ayunos y prohibe carne de cerdo a un pueblo que habita desiertos ardientes; son normas de higiene física y social mantenidos por la autoridad divina. Solo cuando el estado tiene el poderío suficiente el control de la ley le pasará a sus manos.

La ética de Kant responde a la quiebra de la unidad religiosa que significó la Reforma y a la búsqueda de racionalidad y universalidad del Iluminismo. Es el más elaborado intento de construir una ética universal de naturaleza racional. Las máximas de esta ética destacan el valor del deber. Será el sentido del deber el más fuerte lazo que una a los individuos con el "gran relato" al que se adscriban.

El Romanticismo, en la primera mitad del siglo XIX atacó la modernidad, reivindicó la Edad Media y prohijó los nacionalismos. Pero como las raíces de las naciones estaban dispersas a lo largo de la historia, los románticos contribuyeron a la idea del progreso, concibiéndolo al mismo con una coherencia interna superior a la de las iluministas, como proceso gradual, acumulativo, que todo lo abarca y que justifica incluso lo negativo en aras del objetivo y sentido general de la historia. Si la historia es una teodicea, si hay enfrentamientos mal-bien, es lógico que los haya, también, geográficamente ubicados. La nación es ahora un ente redentor en el proceso de desarrollo histórico.

Los grandes relatos tendrán dimensión universal pero también variantes y empujes nacionales. Las contradicciones, en este caso, también encierran coincidencias. Desde el punto de vista filosófico el Romanticismo no solo es nacionalista, también es optimista: los accidentes, retrocesos y aspectos negativos son subrayados con énfasis porque, por encima de ellos, la lógica histórica se cumple, finalmente. Los finales felices de las largas y tortuosas novelas decimonónicas y Karl Marx describiendo el largo derrotero de luchas sociales que anteceden a la sociedad sin clases del comunismo, son, desde el punto de vista filosófico, igualmente románticos. Pero el saldo que nos interesa resaltar es, como, a pesar de sí, el romanticismo, confesadamente anti-moderno, fortalece la idea vertebradora de la modernidad: la de progreso.

Con la fuerza de lo teológico o sin Dios, el proyecto de la modernidad estuvo completo cuando contó con una ciencia objetiva, una moral universal, una ley y un arte autónomo (con lógica propia) y al hombre como protagonista de un proceso increscente y universal. En nombre de esa universalización, la modernidad, europea en forma y en esencia, se extendió por el mundo arrasando culturas. Allí donde encontró fuertes raigambres culturales o importantes demografías que doblegar, la modernización se realizó solo en parte, fue "periférica". Pero total o parcialmente, los grandes relatos llegaron a todos los rincones del planeta.



Los grandes ismos o relatos


Aunque la denominación alcance a todas las visiones globalizadoras y legitimantes del tenor que sean, el siglo XX ha girado en torno a tres grandes relatos que hereda del siglo anterior: el comteano, el hegeliano y el marxista.

Comte, fundador del positivismo en la primera mitad del siglo XIX, reconoció en Turgot y Condorcel importantes aportes a la idea del progreso pero creyó ser el descubridor de la "ley del progreso" y fue —de hecho— el primero en señalar la ausencia de esta idea en los mundos clásico y medieval. La inteligencia humana, para Comte, ha progresado a través de tres fases o estado: el teológico, el metafísico y el positivo. La sociología concebida como física social, pináculo del saber, es la ciencia que estudia esa dinámica social.

En la primera fase, o sea en el estado teológico, el poder espiritual es teocrático y lo acompaña un poder temporal monárquico, unidos ambos en un estado de tipo militar. En el estado metafísico impera el monoteísmo y la causa de los fenómenos pasan a ser las ideas o principios abstractos. Es un período de gran especulación metafísica al que contrapone, aunque siguiendo un proceso de filiación histórica, el estado positivo. En éste los fenómenos son investigados en sí y en sus relaciones. Los sabios o científicos ejercerán (porque éste es un estado ideal a alcanzar) el poder espiritual, sustituyendo a los teólogos, y los industriales tendrán el poder temporal, sustituyendo a los monarcas. Si bien los estados anteriores son transitorios, éste último es definitivo. Comte detalla su utopía en forma pormenorizada: ritos, vestimentas, calendarios, educación, estructura familiar, rol de la mujer. Dos de las ideas signarán todo el siglo XX: la humanidad es una y el desarrollo humano trae consigo una constante mejora de las condiciones materiales de vida y de las facultades intelectuales. Es el progreso de la mano de la ciencia.

El gran relato comteano ponía su acento legitimante, como toda utopía, en el proyecto a alcanzar.

Hegel, también en los primeros años del siglo XIX, insiste en la racionalidad de la historia, haciendo que sea la Idea o Espíritu quien se desarrolla con ella. La historia vuelve a ser el medio privilegiado de conocimiento de la esencia del Espíritu; en Hegel hay filosofía idealista, metafísica, mística y teología. No hay lugar para lo accidental; cuando algo no está sujeto a cálculo, no hay azar según Hegel, sino una voluntad divina que se impone, aunque ésta sea imposible de desentrañar para el hombre. Cuando un hombre cree cumplir una gran obra en beneficio de sí o de su pueblo, solo cumple con los designios de la historia, pero sin saberlo: es la "argucia de la razón".

En ese desenvolvimiento todo pasa, nada permanece: la dialéctica, de origen griego e infancia agustiniana, crecerá con Hegel y llegará a la difícil etapa de la madurez (que algunos ven como plenitud y otros como decadencia) en Marx.

El gran relato hegeliano no tiene su legitimación en una proyección de futuro ya que la historia, para Hegel, termina en el presente. Está en lo absoluto de esa construcción que hace que, gracias a la dialéctica del espíritu, la humanidad se una de nuevo con Dios; está en la sentencia de que "todo lo que es racional es real y todo lo que es real es racional"; está en la visión del Estado como encarnación de la razón. No casualmente Hegel hace ver el Estado como la venida de Dios a la Tierra, cuando en su país se consolidaba el estado moderno y el propio perfil nacional, bajo la monarquía constitucional prusiana.

Karl Marx, a mediado del XIX, conjuntamente con Engels y basándose en la filosofía clásica alemana (Hegel, Feuerbach), en la economía política inglesa y en el socialismo francés (al que clasificará como "utópico") construye su propuesta de "socialismo científico". La suya no será solo una visión crítica del capitalismo y una propuesta de cambio en búsqueda de justicia social, proyecto a alcanzar mediante el parto violento de la revolución del proletariado. Será, además, la más rotunda declaración del principio de la necesariedad del progreso histórico. Tanto es su concepto de lucha de clases, como en su análisis del capitalismo, Marx subrayó el carácter progresivo del desarrollo de la humanidad. Movido por el motor dialéctico de esa lucha, el progreso es, también en Marx, de carácter universal: "el comunismo es posible como un acto de todos los pueblos a la vez, lo cual presupone que se hayan desarrollado universalmente las fuerzas productivas" dirá en la Ideología Alemana. Acciones políticas y cambios económicos diversos son analizados por parte de Marx, desde el punto de vista de su condición de instrumentos inconscientes de la historia7.

La legitimación de su visión histórica es dual. Por medio del concepto de alienación, el hombre, después de la revolución del proletariado, deberá recuperar la armonía y el equilibrio que en su origen existía, antes de que la sociedad de clases escindiera al hombre y al trabajo. Igualmente legitimatorio es el proyecto, en el que, con su acto de fe en una sociedad igualitaria a alcanzar, Marx se nos revela romántico y agustiniano.

Comte, Hegel y Marx son las expresiones de la modernidad que más proyecciones han tenido en el siglo XX; herederos de una larga tradición, sus propuestas, aún siendo diferentes y/o encontradas, son, sin embargo, fieles a ciertos principios rectores comunes: el progreso, lo inexorable del mismo, la unidad de la humanidad, la inclusión de la realización de los individuos en un proyecto colectivo, proyecto que demanda la obtención y uso del poder para ser alcanzado.

Una característica más les es común: su etnocentrismo. Para Comte lo universal se realiza en el occidente cristiano blanco; Hegel concibe la Idea o Razón divina realizándose en la historia en un movimiento creciente que va de oriente a occidente y alcanza su plenitud en los germanos cristianos. Marx, en aras de la universalidad de su visión, conoció mal y predijo peor respecto a América: vio en Bolívar solo un aristócrata latifundista y una confirmación de su lógica histórica en el triunfo de EEUU frente a México.


Posmodernismo

A fines del siglo XX el enorme edificio de la Modernidad se resquebraja, sin derrumbarse totalmente. Cae la idea rectora del progreso: no hay un futuro mejor, asegurado por la ciencia, cuando las megalópolis y los movimientos ecologistas ponen en evidencia el deterioro ambiental, producto de la tecnología, verdadera espada de Damócles que pende sobre la vida misma del planeta: no hay posibilidad de forjar un futuro de igualdad y justicia social, si los "socialismos reales" (que construyeron un mundo a la medida de esas expectativas) han caído. Lo único que parece inexorable es el presente, el futuro se desvanece ante la ausencia de proyectos, y del pasado solo se rescatan parcialidades.

Los grandes relatos o narrativas, al caer, dejan a los hombres librados al individualismo total. Y como no hay más horizontes que el de las satisfacciones personales, el poder pierde sentido ético, así que se le obedece sin convicción o se lo sortea e ignora, debilitándolo.

Por último, caen las unidades referenciales como la nación y se habla de postnacionalismos; pero también la unidad misma de la historia se cuestiona y se habla de "post-histoire" o directamente, del "fin de la historia". Sintetizando: el postmodernismo.

Es la primera vez que el término "post" se asocia a una época: las anteriores se concibieron a sí mismas como edades de culminación o como renacimientos de alguna edad modelo. "Post" indica que está "después de" la modernidad, que se es, por lo tanto, diferente aunque "derivado de" ella. Por eso señalábamos que no había ocurrido un derrumbe total de la misma. Porque la postmodernidad "puede entenderse (...) como el tiempo y el espacio privado-colectivo, dentro del tiempo y espacio más amplio de la modernidad, delimitada por los que tienen problemas o dudas con la modernidad, por aquellos que quieren someterla a prueba, y por aquellos que hacen un inventario de los logros de la modernidad, así como de sus dilemas no resueltos"8. Los postmodernos son aquellos que han elegido serlo, y viven en un mundo heterogéneo, donde hay también pre-modernos y modernos. Al generalizarse esa opción, independientemente del hecho de participar en ella o no, se comienzan a dar fenómenos sociopolíticos que nos engloban a todos. El postmodernismo es, por sobre todas las cosas, una realidad histórica de este fin de siglo.

Como tal, el término define un fenómeno que se corresponde con la sociedad postindustrial, también llamada era tecnocrática, que es aquella desarrollada especialmente en los países centrales desde la década del 50 en adelante. "Capitalismo tardío" que se caracteriza por el enorme desarrollo de sus fuerzas productivas (en base a la automatización y a la cibernética), por la sustitución de la producción en serie por series pequeñas de artículos de menor duración, ya que el ritmo de las innovaciones tecnológicas impulsa el recambio, el cual es instrumentado por la propaganda. En lo social se altera la composición de la anterior sociedad industrial, disminuyendo el número de obreros frente al de empleados, técnicos, científicos y profesionales que responden al aumento del sector terciario. La principal fuente de producción es el conocimiento y una de sus formas más tecnificadas, la informática, regula el funcionamiento empresarial.

El término postmoderno se utilizó por primera vez en arquitectura alrededor de los años 70, siendo Alain Touraine quien abrió la vía de reflexión sobre el problema con su libro La sociedad postindustrial. Para los arquitectos fue el nombre de un estilo que ya no contaba con un espacio nuevo que pudiera organizarse racionalmente con fines sociales trascendentes. Era una arquitectura condenada a engendrar una serie de pequeñas modificaciones dentro del espacio heredado de la modernidad, o sea: abandonar la idea de "una reconstrucción global del espacio habitado por la humanidad"9. "En arquitectura, la piqueta que en nombre del progreso derriba lo viejo sería típicamente moderna, el "reciclaje" que recupera el pasado, postmoderno"10. Lo escenográfico, el efecto buscado sin más funcionalidad que el efecto mismo: columnas que no sostienen, fachadas de otrora con vientres de acrílico y escaleras mecánicas.
En lo social también aparecen las modas "retro" y tanto en estética como en arte desaparecen las "vanguardias", aquellos movimientos de ruptura, que luchaban contra la cultura oficial. Ahora la cultura pierde su carácter de elite, se masifica y se comercializa con productos que son oficialmente aceptados. ¿Quién es ahora "lo oficial"?: los medios de comunicación, en los que se impone el idioma de la imagen, la velocidad es el ritmo, la publicidad puede ser arte y los mecenas son gigantescas empresas. Mundo "hipermediado", "en el que una imagen borra a la otra y una noticia desaparece rápidamente de la escena por la superposición de otra nueva"11.

En esa sociedad se han perdido todas las formas de trascendencia que adquiría un individuo al inscribirse en un proyecto colectivo. El eterno presente resultante le quita valor al envejecimiento (que ya no es visto como "atesoramiento" de experiencia) y transforma en imperiosa la necesidad de mantenerse joven. Todos los medios son válidos; se cuida el cuerpo porque la imagen de sí es lo único que uno tiene. La cirugía estética, que antes de ocultaba pudorosamente, ahora se anuncian, justifican y aplauden12. La sociedad se "adolescentiza", porque verse adolescente es el modelo.

Pero con los grandes relatos también cayeron presupuestos éticos modernos. El sistema kantiano, su noción de deber y ligada a éste la del esfuerzo, la del sentido acumulativo y direccional del mismo hacia un objetivo. Por eso la nueva imagen, los conocimientos incluso, pueden ser alcanzados sin esfuerzo, según indica la publicidad: "Adelgace sin hambre", "gimnasia pasiva", "como recordar lecciones oración por oración con pocas lecturas", son algunos de los eslóganes que denotan el fenómeno en nuestro país.

Todo lo que refleja a ese individuo esteticista y sin límites (porque los rumbos limitan al guiar) es expresado y admitido como legítimo en un "todo vale". Simultáneamente con la uniformización del mundo (todo él consumiendo los mismos productos y asistiendo, simultáneamente, a los mismos acontecimientos al ritmo de las televisaciones vía satélite) se da, paradójicamente, un gran desarrollo de las comunicaciones locales, de las vestimentas, hábitos culturales o gastronómicos específicos y de todas las formas comunicantes del uno aislado con la abstracción que sea: llame por teléfono para oír un chiste o el horóscopo, haga videos caseros, opine en una encuesta radial y llévese el cine a su casa en un video. Se han pluralizado —dentro de la uniformización y en contradicción con ellas— los gustos y las necesidades.
Haber "perdido el futuro" torna a los individuos escépticos ante cualquier utopía o personaje mesiánico, pero también los hace especialmente susceptibles a los mitos acerca del fin del mundo. No del todo ajenos a una idea de decadencia que también recorrió al mundo partiendo desde occidente en el siglo XIX, aunque la idea que lograra mayor adhesión fuera la contraria, de del progreso. Es muy peligroso para la psiquis de la humanidad en este año 1994, ese cometa (algo tan fortuito que no tiene órbita ni más rumbo que el de toda esquirla a la deriva) que se ha abatido sobre el gigante Júpiter, aún en su inmensidad, lesionado. La Tierra tiene una escasa certeza temporal de que no sufrirá un daño semejante solo hasta el 2010. Y no lo dice la Biblia, sino la máxima divinidad del mundo moderno: la ciencia.

Por eso hay todo un renacimiento religioso sin el cual no explicaríamos en el laico Uruguay de Batlle y Ordóñez, para seguir con los ejemplos vernáculos, una estatua de la diosa Yemanyá del culto afro-brasileño, inaugurada por el intendente de Montevideo, Dr. Tabaré Vázquez.
Caída la gran narrativa de la secularización, "religión de los ateos" desde la Revolución Francesa, se ha producido mundialmente una proliferación espontánea de grupos que ya no se proponen predecir un futuro de miles de años, con finales de apocalipsis o de paraíso (más allá de que muchos lo hagan) sino paliar el desamparo espiritual y los miedos con un vago discurso donde nada es ortodoxo y lo más sobresaliente es el carácter privado de las creencias religiosas.



¿También hay una postpolítica?


El "todo vale" que parece ser la grifa del postmodernismo, no es, sin embargo, un lema rebelde, ya que para que lo fuera esa rebelión tendría que tener un objetivo y ser la aspiración colectiva de muchos. Las rebeldías dentro del postmodernismo son perfectamente toleradas, pero solo en tanto coexisten con muchas otras y también con la aceptación pasiva del statu-quo. Además, el concepto mismo de "revolución" está en crisis, ya que el mismo implica quebrar un orden existente, negar el pasado inmediato y proyectar un orden otro13. Eso no significa que las repercusiones de ese cuestionar la modernidad no sean varias en el plano político.
El fenómeno básico es, también aquí, la caída de los grandes relatos: "La gran narrativa cuenta la historia con una confianza en sí misma abiertamente causal y secretamente teleológicas"14, por eso se habla del "fin de las ideologías" entendiendo por tales —lo que es parcializar el término— aquellos sistemas de ideas que apuntan al futuro y prometen emancipar la humanidad. Al caer los grandes se abre el espacio a muchos pequeños relatos. No son pequeños por contenido, pues pueden ser, incluso, cualquiera de los ex grandes relatos, solo que retomados sin su carácter de exclusividad, única Verdad, o de Verdad siquiera. Son igualmente válidos y coexisten (pero son válidos solo si coexisten admitiéndose entre sí) todas las utopías, religiones o proyectos.

Con esta contemporeinización de relatos desaparece el epicentro europeo de la Historia. Los europeos impusieron su economía y su cultura, haciendo de sus Verdades las Verdades universales y dieron a todo el tiempo y espacio histórico su propio sentido. El resto del mundo los "mundos otros" descubrirían más tarde esas Verdades, cumplirían más tarde de las etapas históricas que ellos habían experimentado. Creían, y creíamos, que lo inexorable se cumplía también en Asia, África y América, pero con retraso.

Al develarse que el modelo universal era un modelo particular europeo, muchos de los relatos pequeños que se recuperan, provienen de las orillas, donde la realización periférica de la modernidad le había bajado el volumen a voces antiquísimas, pero no las había enmudecido. Mundos que primero fueron rescatados por toda una bohemia intelectual que vio en ellos lo exótico (o sea lo admirable y disfrutable de lo ajeno). Pero hoy ya no son ajenos, están presentes en la vida cotidiana del europeo o norteamericano, en la ropa hindú de moda, en el refugiado que despierta piedad, rechazo y temor, simultáneamente.

Ejemplo de la caída de esos "mundos otros" puede ser la campaña publicitaria (también difundida en nuestro país) de Benetton, el holding de ropa deportiva que después de 46 páginas dedicadas al tema del racismo, informando sobre las distintas razas, dónde y por quiénes eran rechazadas, las cirugías estéticas de quienes aspiran a verse "más blancos"; le pregunta al lector: "¿qué es lo que realmente quieres saber sobre la gente de otras razas?". Y la respuesta se abre desde la página 47 en adelante, con desnudos frontales de jóvenes de ambos sexos, asiáticos, negros y caucásicos. Jugando con las fotografías se arman diferentes parejas bajo la pregunta: "¿cómo será hacer el amor con alguien de otra raza?". El sexual es el acto mas profundo de internalización de otro.

Pero otro ejemplo posible son las múltiples manifestaciones de racismo y xenofobia: la proximidad que establece la pérdida de la condición de "mundos ajenos" acentúa, en algunos sectores, los rasgos de irracionalidad que la política postmoderna posee. Y aquí "irracionalidad" no es un calificativo peyorativo, es la categoría conceptual de respuesta del postmodernismo en tanto éste entiende que la "racionalidad" es moderna, autoritaria y utópica. Se relativiza todo y esa erosión corroe también los tabúes, entonces la etnicidad vuelve a insertarse en la política y, sin vergüenza alguna, los neonazis reaparecen en público. Mientras (y todos desde y en el postmodernismo) Habermas desata una gran polémica en Alemania al declarar que en Auschwitz fueron rotos los lazos de tradición que sustentan la identidad alemana: "Lo monstruoso sucedió sin perturbar el tranquilo aliento de la vida cotidiana. Desde entonces ya no es posible una vida consciente sin desconfiar de toda continuidad que se afirme incuestionablemente(...)"15.

Las quiebras y desplazamientos de la racionalidad política moderna se evidencian —con sus aspectos negativos y positivos— en: a) los "postnacionalismos"; en el b) "debilitamiento de los escenarios de clase"; y en el c) "hombre estético" de una sociedad preñada de nuevos lazos coligantes.

a) Los postnacionalismos parecen ser la incontrastable realidad europea actual: "Baste recordar la integración europea, las alianzas militares supranacionales, las interdependencias en la economía mundial, las migraciones motivadas por situaciones económicas, la creciente pluralidad étnica de las poblaciones y también el adensamiento de la red de comunicación (...)"16.

Pero no solo en Europa: la política económica de bloques lleva a procesos de integración de gran velocidad en todas partes. En esa carrera están el NAFTA, el MERCOSUR y la reciente Comunidad Caribeña, aunque no en la misma pista. Por otra parte, las "quiebras" de autoconciencia histórica se llaman Auschwitz para los europeos pero llevan el nombre de las dictaduras militares de cada país latinoamericano, y de los más diversos horrores en Asia y Africa. Pero, por sobre todo, la palabra exilio es el nombre del más vigente y pluricausal de los desarraigos y una herida mortal a los nacionalismos. Búsqueda de los niveles de consumo y confort de los países centrales, guerras civiles, guerras étnicas, políticas, religiosas, guerras sucias. Miles de caminos permeabilizando las fronteras.
Toynbee llamó "proletariado externo" a la masa que presionaba desde las fronteras hacia el centro del Imperio Romano, pugnando por entrar: hoy está presionando a Europa desde los Balcanes y a EEUU desde el Río Bravo.


b) El debilitamiento de los escenarios de clase. La idea de Nación es de naturaleza histórica y, por tanto, sujeta a evolución. Hubo un concepto de nación equivalente a etnia, que identificó comunidad con nación (que es lo que hoy reivindican los xenófobos), luego superado por el de comunidad política dinamizada por un mercado, en el marco de crecimiento y afirmación del sistema capitalista. En esa comunidad los intereses de clase tendieron a confundirse con intereses nacionales y el Estado con la clase dominante.

Pero las clases también cambian cuando lo hacen las formas de producir, de consumir y de distribuir riquezas. Al modificarse éstas, pierde vigencia la lectura simple del Estado en términos de "agente de clase". En primer lugar porque el Estado se revela como un campo de relaciones: "Los vínculos entre grupo gobernante y clase dominante, pueden ser todo lo estrechos que se quiera, pero ello jamás autoriza a identificarlos y considerarlos una y la misma cosa, entre otros motivos, porque tales vínculos nunca anulan los que logra imponer el bloque social dominado"17.

En segundo lugar porque la identificación de las personas con una clase social determinada se desdibuja ante cambios que afectan la estructura misma del análisis en términos de clase. "Antes, tanto las formas de vida de la burguesía como de la clase obrera estaban centradas en la realización del trabajo. Sin embargo, en la denominada " sociedad postindustrial" actual, el centro de las actividades cruciales de la vida es el tiempo libre..."18. Y la identificación cultural (algo más amplio y complejo que la conciencia de clase) está altamente determinada por el nivel de consumo, que no siempre se corresponde con el nivel económico real. Hecho éste que se ve incentivado por el desplazamiento de la obligación de pago que implican las tarjetas de crédito (que las hay para diferentes niveles de consumo). Velada tras la ilusión de que es la tarjeta la que paga y quién abre mágicos mundos de confort, se comprometen capitales no ganado. El ahorro es "moderno", Credisol y Visa, "postmodernas". Y lo que en más alto porcentaje financian son las variadas formas de utilización del tiempo libre, porque esas actividades marcan el status social más que ninguna otra.
Todo esto es indudablemente cierto para parte del mundo e irrisoria para otra, y en ese sentido Lyotard brinda una descarnada visión del alcance real de la problemática postmoderna: "la humanidad está dividida en dos partes. Una de ellas se enfrenta al desafío de la complejidad, la otra, la más vieja, ha de habérselas con el terrible desafío de su propia supervivencia. Éste es, quizás, el principal aspecto del fracaso del proyecto moderno que (...) valía en principio para la humanidad en su conjunto."19.


c) El hombre estético. Los partidos políticos no podían quedar incólumes si las estructuras mayores a las que se inscriben (Nación, Estado) sufren serias modificaciones. A ellos les toca verse desplazados frente a la irrupción de los movimientos. Ejemplos locales y mundiales abundan.

Deben tipificarse dos: los electorales, que buscan una gama más amplia y numerosa de adherentes mediante transacciones con otros grupos históricos; y los sociales, los del "homo aestheticus" que ante la pérdida de proyectos se niega a la individualización total y busca "experimentar cualquier emoción colectiva en el seno de las pequeñas "tribus" de las cuales participa"20. No debe confundirse esa visión estética con el esteticismo y adolescentización de la sociedad anteriormente señalado. Aquí proviene de aisthésis: el hecho de experimentarse en común, que es lo que privilegia lo próximo", lo que le es familiar a cada uno. Esto lleva el sentido de lo colectivo más allá de las tradicionales relaciones sociales. Transforma en nuevos aglutinantes políticos a las reivindicaciones de tipo abstracto y general, pero, a la vez, personales: una campaña ecológica, o antitabaco, o en pro de los derechos gay, o de los femeninos, o de la educación. Frente a la mundialización estereotipada o a la dispersión del "vale todo", la pertenencia afectiva a uno de esos grupos es una forma de salvar identidad. Por eso, además, más que la ira o la amarga conciencia del presente (que el concepto de revolución encerraba), las rebeliones postmodernas se viven en un ambiente de fiesta. La huelga de nuestros universitarios fue típicamente postmoderna, por ejemplo. Puso en escena (porque la imagen es hoy el lenguaje y la palabra el complemento) "entierros" y "batallas" y los jóvenes desfilaron con pancartas... y alegría. La alegría de la aisthésis. La música, el baile, la murga (que aúna ritmo, disfraz y mímica) cuando no los globos, acompañan casi indefectiblemente todos los actos políticos, tanto de izquierda como de derecha.

Los nuevos movimientos sociales se han desprendido del juego político, aún aferrado a lenguajes retóricos, han apelado a figuras provenientes de otros ámbitos (cine, música, mundo empresarial) y han desafiado los dictámenes de todas las fuerzas políticas —contraviniéndolos— en campañas que atraviesan teorías e ideologías, formando verdaderas redes de vasos comunicantes nuevos. En resumen: se ha revalorizado la sociedad civil. Cuando los movimientos políticos-electorales se abren, creen y quieren abrazar esa masa inquieta e inabarcable. Pero unos y otros son movimientos distintos. Que mejor ejemplo que el plebiscito del 28 de agosto en el que todos los candidatos presidenciables de un Uruguay en plena carrera electoral apoyaron el "Si", que avalaría la reforma electoral, consiguiendo un rotundo "No". Al día siguiente un titular de prensa resumía ese evento que desafió los pronósticos de los políticos más avezados y de las mas confiables empresas de marketing: "Impiadosa bofetada histórica de la sociedad civil a la sociedad política"21.
En Latinoamérica las que contribuyeron a esa revalorización fueron las dictaduras militares, "al prohibir las actividades políticas y el debate público, emerge la sociedad civil como esfera relevante de la dinámica social. Sobre todo porque hay grupos que ante la censura actúan llevando la política a la sociedad civil."22. Restablecidas las democracias, superado el deslumbramiento que estas produjeron, la sociedad civil crece y goza de buena salud.


El fin de la historia


El "fin de la historia" del postmodernismo es muy diferente —y anterior en el caso de Gianni Vattimo— al proclamado por Francis Fukuyama. El nipón-norteamericano habló de "fin" como culminación: ya no hay oposición, ha vencido el capitalismo y solo resta algo de historia (entendida como la dinámica emanada de la lucha) en las periferias asiáticas, africanas y americanas, que aún no han cumplido el proceso histórico que el centro euro-norteamericano ya completó.

Tampoco se refiere a ese fin como catástrofe que la amenaza atómica o antiecológica ha hecho posible. Los que Vattimo plantea, no como posible sino como algo ya consumado, es el fin de la historia como proceso unitario dotado de coherencia y continuidad. Solo desde el punto de vista de los vencedores es posible esa visión unitaria; se le da coherencia al pasado porque justifica el presente y a los dueños del poder en el presente. Los vencidos no pueden preservar su memoria, y su visión de la historia es necesariamente de quiebre y discontinuidad. A esta denuncia de la falsa unidad de la Historia dada por "el poder" (cualquiera sea éste), el autor agrega otra: tampoco existe ese tiempo abstracto, portador de una esencia que subterráneamente fluiría por debajo de las rupturas y ritmos de las historias de vencedores. La "clase no clase", "el proletariado portador de la verdadera especie humana", opinión ésta de M. Bloch que Vattimo califica de "Ilusión metafísica"23.

Pero además el fin de la historia está dado por los propios medios de comunicación, que permiten reunir y transmitir la información que por primera vez haría reales las posibilidades de una "historia universal". Y sin embargo son esos mismos medios los que la imposibilitan e implosionan la Historia. La lluvia de información sepulta al informado, la simultaneidad produce una "deshistorización de la experiencia". Cada informativo televisivo sumerge en la más absoluta contemporaneidad: Ruanda, Medio Oriente, ONU, SIDA, Clinton, algún escándalo del jet-set, muchas catástrofes. Es el eterno presente, la velocidad de la superposición de acontecimientos, que impide la sedimentación, la meditación, la real incorporación que requiere el conocimiento.

"En el pasado, siempre se habló de una historia universal, pero hoy, me parece que desde la perspectiva filosófica o política, no hay un centro fuerte del mundo, o se tiende a que no lo haya. Sobre todo no lo reconocemos. Ahora la historia se reconoce fragmentada y ésta fragmentación justifica el fin de la historia" sostenía Vattimo en entrevista con Brecha, en octubre del 93. Seguir sosteniendo la idea de unidad histórica y de progreso "implica mantener un punto de vista hegemónico basado en el desarrollo de tipo europeo o norteamericano".

Además del mantenimiento de las democracias plantea una estetización del mundo que, como camino de emancipación (al menos como tal lo plantea el postmodernista italiano) elige el llamado "pensamiento débil": debilitar los poderes por el desprestigio o la desobediencia. No buscar su caída en lucha frontal, ese sería "pensamiento fuerte", típicamente moderno. "Las estructuras del poder, como poder centralizado, se disuelven en la secularización moderna a través de poderes democráticos múltiples, conflictuales, que impiden una totatilización unitaria", "Me emancipo, solamente, reduciéndome", reducción deliberada, "no pasiva aceptación de los que pasa"24 25.

El postmodernismo es un fenómeno provocador, también en política, no solo porque obliga a reconsiderar las formas colectivas de relación, los objetivos reivindicables como posibles o deseables y los discursos a manejar; sino porque hace que, ineludiblemente, América debe repensarse.

Fukuyama admite que su fin de la historia plantea un gran aburrimiento como perspectiva y no cierra del todo la puerta a un posible viraje que provenga de las periferias, donde "aún" hay historia que discurre. Vattimo confiesa: "Siempre tengo mucho interés en ver si aparece un nuevo lenguaje en América Latina" y aunque señala no haberlo encontrado aún, su expectativa es, por sí sola, una sacudida a los facilismos mentales. Que saquemos ventajas de nuestra modernidad periférica y de nuestro subdesarrollo, siendo capaces de pensarnos a nosotros mismos sin los anteojos de otros, es proyectar optimismo sobre una realidad por demás compleja, ¿Es una utopía? ¿No nos estarán reclamando que les ofrezcamos "utopías made in sur", porque las suyas se han agotado...? Llegando a este punto de la reflexión no puedo dejar de recordar ese grafitti que leí en Bulevard Artigas y Agraciada, típicamente producto de la " viveza criolla" (que no es otra cosa que la astucia del tercermundista). Es un grafitti breve: "Neoboludismo-vanguardia postmoderna".

1 Publicado en revista Alfaguara, año 3, nº 8, octubre/noviembre 1994, págs. 28-35

2 Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso. Introducción, traducción y notas de Francisco Rodríguez Adrados, Biblioteca Clásica Hernando, tres tomos, T.1, pág. 85

3 Aunque con limitaciones ya que se conoce la voluntad de Dios a través de sus actos, lo que no está contenido es éstos es inteligible al hombre: éste es el concepto de kairos del Nuevo Testamento.

4 Robert Nisbet, Historia de la idea de progreso. Gedisa, colección hombres y Sociedad, Barcelona, 1981, págs. 100 a 108.

5 Habermas en "Modernidad, un proyecto incompleto", citado por G. Obiols y S. Di Segni de Obiols, Adolescencia, postmodernidad y escuela secundaria. Kapelusz, Bs. As. 1992, pág. 9.

6 Jean Francois Lyotard, La postmodernidad (Explicada a los niños). Gedisa, Barcelona, 1987, pág. 31.

7 Analizando los efectos devastadores del dominio inglés en la India, así como las características del despotismo oriental que antecedió a esa dominación, dice: "Bien es verdad que al realizar una revolución social en el Indostán, Inglaterra actuaba bajo los impulsos de los intereses más mezquinos, dando prueba de verdadera estupidez en la forma de imponer esos intereses. Pero no se trata de eso, de lo que se trata es de saber si la humanidad puede cumplir su misión sin una revolución a fondo del estado social de Asia. Si no puede, entonces, Inglaterra fue el instrumento inconsciente de la historia al realizar dicha revolución.

En tal caso, por penoso que se sea para nuestros sentimientos personales el espectáculo de un viejo mundo que se derrumba desde el punto de vista de la historia tenemos pleno derecho a exclamar con Goethe:


¿Quién lamenta los estragos
Si los frutos son placeres?
¿ No aplastó miles de seres
Tamerlán en su reinado?

Karl Marx, "La dominación británica de la India" (del año 1853), en Obras escogidas. Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1955, Tomo 1, págs. 358-359.

8 Agnes Heller-Ferenc Fehér, Políticas de la postmodernidad. Ensayos de crítica cultural, Editorial Península, Ideas, Barcelona, 1989, pág. 149

9 Jean Francois Lyotard, La postmodernidad (Explicada a los niños). Gedisa, colección Hombre y sociedad, serie Mediaciones Barcelona, 1987, pág. 89.

10 Obiols, op. cit., pág. 21.

11 Obiols, op. cit., pág. 22.

12 Un ejemplo rioplatense de los últimos meses: Daniel Tinayre, esposo de Mirtha Legrand, expresó ser el "dueño de la idea" en la última cirugía plástica de la actriz argentina: "El motivo de la operación fue exclusivamente técnico", "Todos los profesionales que muestran su cara ente un público masivo deben someterse a esas intervenciones", las aprobaciones fueron en éstos términos: "Es una mujer que cuida su imagen" (Elsa Serrano, modista) Revista Caras, nº 636, año XVIII, 24/3/1994.

13 Cfr. Luis Villoro, "Crisis en el concepto de revolución", en Relaciones, nº 114, noviembre de 1993, págs. 16 a 18.

14 Agnes Heller-Ferenc Fehér, op. cit., pág. 150.

15 Jürgen Habermas, Identidades nacionales y postnacionales, Tecnos, Madrid, 1989, págs. 113 y 114.

16 J. Habermas, op. cit., pág. 117.

17 Pereira, El sujeto de la historia, Alianza Universidad, México, 1990, pág. 202.

18 Agnes Heller-Ferenc Fehér, op. cit., pág. 242.

19 J.-F. Lyotard, op. cit., pág. 92.

20 Michel Maffesoli, "La ética postmoderna", en Relaciones, nº 119, abril de 1994, págs. 16 y 17

21 La República, lunes 29 de enero de 1994.

22 Luis Castagnola, "Participación y movimientos sociales", Cuadernos del CLAEH, nº 39, 2º serie, año 11, 1986/3, págs. 72-73

23 Gianni Vattimo, El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura postmoderna. Gedisa, colección Hombre y Sociedad, serie Mediaciones, Barcelona, 1987, págs. 14 a 16.

24 Gianni Vattimo entrevistado en Brecha, 15 de octubre de 1993, págs. 19 y 10.

25 Aquí se torna ineludible, para tomar conciencia de que estas posturas ya han llegado a Latinoamérica (aunque históricamente coexistan con expresiones políticas muy disímiles, como "el santiagazo", por ejemplo), recordar la imagen de la Universidad de la República, en el conflicto de hace unos meses, totalmente oculta tras una fachada de nylon negra sobre la que un enorme cartel rezaba: "Una hormiga no puede parar un tren, pero puede llenar de ronchas al maquinista".

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