Autobiografía
La
camioneta
Antes
no era una carretera, por ese lugar sólo pasaban los coches cargados
de bicicletas, sólo pasaban los coches conducidos por personas que
visten trajes de ciclismo. Antes ese lugar no estaba rodeado de
casas. Antes ese lugar tenía tierra, y no pavimento. El triatlón
fue una parte importante en la vida de mis hermanos, en la mía
fueron sólo momentos en los que pasaba esperando en el sol. Me
hubiera gustado haber sido parte de la tradición, pero por la
diferencia de edades no se fue posible. Antes de que yo tuviera edad
para entrar, nos salimos del Berimbau (dónde practicaban mis
hermanos) y ahora ese lugar dónde se juntaban todos, es la carretera
que tomo para ir a la escuela. Antes no era necesario tomar ese
camino, pero son muchas cosas las que han cambiado. En uno de esos
tempranos viajes al Colegio Alemán, no hace mucho, fue cuando tuve
un “flashback”. Había tenido ese recuerdo enterrado. Fue una
mañana de fin de semana, mi mamá conducía la enorme camioneta
color vino que en ese entonces todavía no llegaba a las manos del
chofer de la empresa de mis padres. En ése entonces tenía defensa,
los vidrios no necesitaban ser pegados con cinta adhesiva y los
asientos no faltaban. No estoy segura si mis hermanos no iban en la
camioneta con nosotros, o mi “flashback” está todavía un poco
nublado.
Esa camioneta que en estos
momentos está siendo explotada, está siendo forzada a cargar kilos
de mercancía que ella misma tiene que trasladar a cada “Palacio
de hierro” de México, y encima está siendo conducida por la
persona más desinteresada en cuidarla a pesar de estar al borde de
la “muerte”, es para mí una caja llena de recuerdos. No sé el
orden cronológico correcto de estos recuerdos, pero voy empezar con
el que está bajo el nombre de “la cursi fiesta de cenicienta”.
Pienso que este suceso comienza un 27 de agosto, o un viernes después
de ese día. Eran cinco pasados de la una, la cumpleañera estaba
rodeada de sus invitados que tenían a penas 5 ó 6 años, la “cursi”
cumpleañera se alegró mucho al ver la enorme camioneta color vino
adornada de decenas de globos color rosa. Pero ese día no todos
disfrutaron el adorno tanto como ella. La feliz cumpleañera tenía
una hermana que estaba en secundaria que terminaba con sus clases a
las veinte pasadas de la una. Fueron quince minutos en los que la
secundaria y preparatoria entera pudieron contemplar el hermoso
vehículo en el que mi hermana al dar la una con veinte minutos se
subió mientras todos se reían y la miraban. Hasta la fecha mi mejor
amiga, Paloma, y yo todavía recordamos a mi hermana escondiendo su
cabeza debajo de los asientos.
Amamos a mi camioneta a pesar
de las fallas que tuvo, pues nos obligó a vivir experiencias dignas
de ser recordadas. En unas vacaciones mi mamá y su hermana se
organizaron para llevarnos a mis hermanos, a mis primos y a mí al
parque acuático llamado “El rollo”. En visitas pasadas al
“Rollo” yo había tenido mucha diversión y estaba muy emocionada
de volver a ir, pero durante el camino a mi familia se le ocurrió
decir que mejor nos seguíamos hasta Acapulco. Todos muy emocionados
exclamaban:-¡sí, Acapulco!- Todos menos yo, yo prefería ir a
divertirme a la alberca de olas, o al río, o al escusado gigante.
Pero antes de que cualquiera de los bandos pudiera alegrarse por una
elección decisiva, la camioneta se descompuso. En vez de disfrutar
de un día lleno de adrenalina, o uno de diversión en el mar,
pasamos la noche en un hotel de paso, en el que mi primo podría
jurar haber visto pequeños animalitos con una cola larga y orejas
rosadas.
La camioneta también me
recuerda los pequeños viajes que hacíamos de la casa a la escuela,
y de la escuela a la casa con los amigos de mi familia que venían de
Argentina. Esta familia tenía una hija unos años mayor que yo, era
la menor de los hermanos al igual que yo. Cuando venían a la casa
era con ella con la que yo me juntaba. Yo no recuerdo, pero mis
hermanos cuentan que en el trayecto de la escuela a la casa, mi
amiga, solía lamer las ventanas. De izquierda a derecha, de derecha
a izquierda pasaba su lengua por los vidrios de la camioneta. Y,
cuando la saliva se secaba y el calor se apoderaba, un hedor emergía
y apestaba el aire de la camioneta.
Esa camioneta, fue la que mis
papás le dieron a la hermana mayor de la familia. Ella iba en
preparatoria cuando empezó a manejarla, y cada mañana entre semana
llevaba a dos de sus hermanos a la escuela. Un hábito que mis
hermanos no tenían, era el de limpiar la camioneta. Entonces, cada
día al terminar clases, se encontraban con un mensaje distinto
escrito con la capa de polvo y el dedo del culpable.
Los animales
Un factor importante en mi
vida, han sido los animales. Desde pequeña les insistía a mis
padres que me compraran una mascota, y siendo la más pequeña, mis
padres solían cumplir mis deseos.
Antes de nacer, mis hermanos
compraron una perra Rottweiler. No estoy segura quién fue el
original autor del nombre “Patotas”, pero acorde a lo que cuentan
de ella, ese nombre “le va bien”. En una ocasión, mis hermanos y
mis papás salieron de viaje (no sé si yo ya había nacido), y le
pidieron a mi tía que fuera a alimentar a la perra mientras ellos no
estaban. Mi tía llegó en un día húmedo por la recién terminada
lluvia, y cargando el plato de comida, la emocionada perra saltó
sobre ella y comió feliz del plato, sin mostrar ningún interés en
la caída de mi tía. Cada vez que mi tía escucha de ese animal, nos
recuerda (e intenta esconder el reproche) de la experiencia que tuvo
el día que Patotas puso sus patotas sobre ella.
El primer perro que tuve,
tenía un nombre todavía más “padre”. Este nombre fue resultado
de la suma de mi entonces caricatura preferida y de la costumbre de
mi padre de ponerle apodos a la gente. Éste perro fue rescatado por
mi papá en Espíritu Santo, era un perro sin raza color café. No
creo que haya convivido mucho con él, porque no tengo ninguna
memoria. Tampoco sé cómo desapareció, puede ser que mis padres lo
hayan regalado, o se haya escapado porque no le concedíamos el
privilegio de hacer de nuestros muebles un sanitario, y tras hacerlo
de todos modos, recibía regaños de mi papá. Nunca sabremos cuál
fue el paradero de Pikachukakuchichibiringui.
Siempre me gustaron todos los
animales. En una ocasión tuvimos un pollo, un pato y un conejo. Los
recuerdo bien, el pato era blanco (¿o era un ganso?), el conejo era
blanco con negro y el pollo era color pollo, pero el también tenía
su atributo especial. La falta de plumas en lo que sería en un
humano, “sus pompas”, eran el reto de cada reunión de amigos.
Recuerdo bien haber sido valiente, haber estirado mi dedo índice y
haber tocado los rosados y viscosos glúteos de mi ave. Sin embargo,
este trío tenía algo más peculiar. No estoy segura de la relación
que tenían, pues bien pudieron estar enamorados, tal vez eran sólo
amigos, o quizás la mano de la naturaleza intervino y por el deseo
de hacer una broma pesada hizo que los animalitos confundieran a su
madre. Me explico: El bonito y hermosísimo conejo seguía al
peculiar pollo y el peculiar pollo seguía al pato-ganso. Entonces,
un día, que el pato-ganso se sintió cansado de su vida diaria y
decidió ir en busca de aventuras, se llevó detrás a mi pollito y a
mi conejito. ¡Naturaleza! ¡¿Acaso no pudiste hacer que el
pato-ganso siguiera al conejo, para que al menos se quedaran
torpemente dando vueltas en mi jardín!? Digo, si no podían ser
animales normales, que por lo menos fueran un poco más testarudos
para que se quedaran con nosotros. Pero esta es la triste historia de
cómo un día, mis mascotas huyeron en fila india y me pregunto
¿Cuáles eran las probabilidades?
Cada fin de semana, salía al
patio a jugar con el aspersor o la manguera, jugaba y jugaba y cuando
me comenzaba a dar frío me metía a bañar. En una de esas ocasiones
vi a ese lindo gatito, caminando por mi jardín. Entonces entré
rápido a mi casa, tomé un recipiente y le serví leche. Ese fue el
momento de bienvenida a mi nueva mascota, Lola. Lola era una gatita
encantadora, era cariñosa, era bonita, y para nuestra gracia y
desgracia de mi vecina, era muy buena procreadora. La primera vez,
que según el instinto, tuvo éxito, fue cuando la gatita buscó y
seleccionó el lugar “perfecto” para parir a sus mininos. Mis
papás estaban de viaje, tal vez la gatita pensó que mis hermanos y
yo no éramos lo suficientemente capacitados para cuidar a sus
gatitos. La pobre madre no sabía que había elegido el peor lugar en
el fraccionamiento entero. En cuanto mi vecina escuchó los
maullidos, los rastreó, y al ver que estaban en su bonita jardinera,
llena de plantas que hubieran sido perfectas para la protección de
los futuros paridos, corrió a la puerta de su casa, caminó enojada
uno, dos, veinte pasos, estiró su mano para que su dedo alcanzara
nuestro timbre, y sin que el enojo le dejara quitar su dedo para que
el horrible sonido de mi timbre se detuviera, exclamó (o rugió)
-¡Mauricio!- Mi hermano relajado salió a ver lo que quería, y
emocionados fuimos por los gatitos. Una vez que todos los gatos
cruzaron la frontera, su madre seguía estando convencida de que del
otro lado tenían más oportunidades de desarrollo, y uno por uno los
fue regresando. Esta vez el ogro, bueno, mi vecina (sólo porque mi
madre está aquí) llamó a su esposo todavía más ogro (mi madre ya
se fue) y juntos crearon una caja con hoyos, metieron a todas las
creaturas y nos la vinieron a dejar. Después de esta historia mi
gatita entendió bien que allí no era un buen lugar para el futuro
de sus gatitos, a menos de que los quisiera asados y con salsa
agridulce. Posteriormente eligió lugares más seguros, cómo mi
clóset, pero esa ya es otra historia.
Pero siempre he creído en el
karma, pues en adelante mis mascotas encontraban un oculto placer en
entrar a la casa de la señora. Para su mala suerte tuve un perro que
le gustaba marcar su territorio con las dos cosas que su cuerpo les
permite, y una hermosa serpiente pitón que cada semana crecía con
el ratón vivo que comía. Nunca me había detenido a pensarlo, pero
tal vez mi vecina tuvo una deliciosa cena con pato mandarín, conejo
a la mantequilla y pollo empanizado, además siempre me parecieron
extrañas las botas de serpiente que usa al igual de la manera en que
mi gatita apareció petrificada en mi jardín en una postura de
pelea.
Escuela y familia
El Colegio Alemán es una
parte esencial de mi vida, es la única escuela en la que he estado.
Yo no fui a los lugares a los que llevan a los niños antes de
maternal (ni siquiera sé cómo se llaman, ¿Son guarderías?). En
ese tiempo yo me la pasaba con mi mamá, excepto esa vez que tuvo que
salir corriendo para recoger a mis hermanos y yo me quedé en la
casa. Asustada me puse los zapatos, agarré un sombrero, preparé mi
triciclo y salí en busca de mi madre. Sólo había logrado avanzar
una cuadra cuando las personas a las que les pregunté -¿Has visto a
mi mamá?- Me regresaran a mi casa después de yo haber respondido a
-¿Sabes dónde vives?- No estoy segura del truco que usaron para
llevarme de vuelta, tal vez me dijeron que mi mamá ya había
regresado.
En el tiempo de maternal y
kindergarten, conocí a Regina Rojas, a Paloma Peña, a Paola
Gonzales, a María Elena Aguilar, a Nadia Martínez, a Jessica, a
Cristina Linares, y a muchas otras. Con cada una de ellas tuve y con
algunas sigo teniendo una amistad muy linda. En cuarto de primaria
comencé a juntarme con María Palomera, y desde entonces Paloma,
María y yo somos mejores amigas.
El tiempo que más disfruté
en mi vida fue el periodo de cero años a 7 años, y quiero que quede
claro que actualmente sí soy feliz. En ese tiempo no tenía
preocupaciones, en todo momento me sentía feliz, ningún problema.
Me sentía realmente en contacto conmigo misma, me conocía. Pero con
el tiempo la gente va desarrollando barreras basadas en mentiras y en
malos sentimientos que impiden que logres algo, que te conozcas, que
creas en ti mismo. Y pienso que las personas hemos creado un sistema
de vida innecesariamente estresante. La política, las apuestas, el
rechazo social, las materias en la escuela que sólo sirven para
presionarnos y que ni siquiera sirven para la cultura general, todo
eso son creaciones del ser humano. Pienso que sería mucho mejor
desde pequeños aprender las cosas que nos gusten porque esas cosas
son por las que estamos aquí y las que debemos hacer para ser
felices, y lamentablemente con las barreras se nos van olvidando poco
a poco hasta que las personas creen que no tienen razón para vivir.
Amo a mis hermanos, la
relación con cada uno es tan diferente porque cada uno es tan
diferente. Mi hermana más grande, Marifer, es una persona que ama el
arte, el yoga, es vegetariana, pero también le gusta la moda y
trabaja en una empresa de consultoría. Cuando ella tenía dieciséis
años y yo cinco, me llevaba al museo de antropología, al zoológico,
al lago de Chapultepec, y nunca faltaba la personas que preguntaba
-¿Es tu hija?-. Con Marifer he convivido mucho en Alemania, pues
desde que salió de la preparatoria se fue a vivir Europa.
Mauricio es mi segundo hermano
más grande, y él es el que seguido nos llevaba a Palomi y a mí al
cine de pequeñas. Mauricio es muy gracioso y divertido. Cuando se
estrenó la película de Charlie y la fábrica de chocolate solíamos
ponerla y bailar como los umpalumpas.
Maricarmen es con la que más
me peleaba, ahora es la que sabe todo de mí y yo de ella. Ella tiene
un carácter muy fuerte, es burlona y siempre me hace reír. Ahora
ella está viviendo en Europa también, pero mantenemos el contacto
por Skype. Una vez estaba sola en la casa con Maricarmen y tuvimos
una pelea. Al terminar la pelea fui a llorar y decidí que la
regadera era un buen lugar para hacerlo, entonces ella de repente
entró al baño y abrió la llave de la regadera. Después de secarme
fui por un papel y una pluma y en tercera persona escribí todo lo
sucedido. Cuando esto pasó yo tenía siete años, y Maricarmen
trece.
Mis papás siempre me han
querido mucho y también consentido. Cuando yo era muy chica los
problemas entre los dos comenzaron, y yo, siendo tan pequeña no
comprendía bien por qué mis padres no podían simplemente seguir
juntos. Recuerdo que una vez les hice un dibujo de un corazón y
ellos agarrados de la mano. Mi mamá también decidió llevarme con
una psicóloga, yo odiaba ir con ella, pues me ponía a jugar para
psicoanalizarme pero yo ya era lo suficientemente grande para
entender lo que estaba haciendo y acababa de pasar la etapa en la que
jugaba con muñecas. Entonces cada día que iba con ella, en vez de
ir con mis amigas, pasaba una hora jugando con la plastilina estando
segura de que yo no tenía por qué estar ahí y pensando que era
injusto que me llevaran por un problema que ni siquiera era mío.
Todo lo que decían las psicólogas era que el único que te puede
salvar, es uno mismo ¿Entonces para que intentas ayudarme?
Final
Ahora todo ha cambiado, con
los años todo se transforma. En maternal quería ser poeta, al pasar
a subprimaria encontré una fascinación en la moda, cuando llegué a
sexto derecho era mi primera opción, al entrar a secundaria la
química y la biología entraron a mi vida. Ahora estoy pasando a una
nueva etapa de mi vida, pero tan sólo en tres años más tendré que
decidir entre las tantas opciones que a lo largo de los años he
creado, además de las muchas otras que existen.
Ahora mis hermanas están muy
lejos de mí, y a mi hermano lo veo raramente. Mi mejor amiga María
ya no está en la escuela, y mi mejor amiga Paloma se va un año
entero a Alemania. Mis padres ya llevan muchos años separados
(comprendo que es lo mejor), sin embargo, trabajan juntos con el
único objetivo de darnos a mis hermanos y a mí todo. La obra negra
enfrente de mi casa, en la que todos los niños del circuito pasamos
tantos momentos de diversión, está en construcción y ya no tiene
el letrero de venta que hace unos días tenía. Todo es diferente, y
lo diferente me encanta. Ahora lo que tengo que hacer es buscar
nuevas experiencias y pasatiempos, hacer una colección de nuevos
recuerdos y encontrar en cada momento el buen sentimiento de estar y
sólo estar, porque el camino del triatlón ahora es una carretera.